Se supone que debería contagiarme del amarillo o de cualquier color cálido, o siquiera de alguna anemia que te deja pálida la piel. Ponerme por última vez uno de esos ridículos y risorios lentes con marco del 2009, pues ya para el 2010 sería un poco más complicado poder fabricarlos. Hoy quiero tener un sombrerito de tecnopor que calce mi cabeza, remolinos de serpentina amarilla en mi ropa y una cornetita chillona para hacerme notar en el año nuevo.

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Que este año nuevo me coja desprevenido, que me asusten los silbadores, las ratas blancas, las mama ratas y cuanta torta se manifieste a la media noche de hoy. No tengo cábala alguna para esperar la media noche y los primeros instantes del año nueve. No tengo un muñeco de tela ni mucho menos un mueble que mamá dé de baja, o alguna llanta de auto para ponerlo en sacrificio por la llegada del 2009. Mi cuerpo de relajado no podría salir ni con las maletas en mano y mucho menos dar vueltas al barrio olímpicamente. Eso de las cábalas de fin de año no va conmigo.

Alguna vez en mi estado de párvulo imité a mi familia comer las uvas en un año nuevo: me hallé debajo de la mesa engullendo cada uvita y pidiendo al año venidero que la bella Giuliana (una de esas niñas que de un grado al otro no te explicas cómo diablos se vuelven bonitas), se enamorara de mí. Eran los tiempos del colegio primario y ella era la más mona de la sección. Hasta que en una aburrida reunión de padres de familia, algunos alumnos nos quedamos afuera del aula para celebrar pequeñas travesuras, pero al rato se hizo de noche y Giulianita había desaparecido. Yo la busqué en los salones y en el otro patio del colegio, nadie sabía de ella. Luego decidí buscarla en el baño de mujeres; estaba cerrado pero dentro se escuchaban murmullos. Subo al lavamanos y la veo por la ventana superior ‘chapando’ con un niño de apellido León. De nada me sirvió tragarme las doce uvas ese año. Ni más.

“Mamá tengo zapatos viejos que no voy a usar, ¿los boto?”, pronunció hoy mi hermana Myla. Ella siempre deshaciéndose de cosas que ya perdieron valor.

Hoy al medio día hicimos un brindis en el trabajo con los chicos del área. Mi súper taza contenía rastros del vino de la noche anterior así que improvisé una botella de San Luis. Abrimos un champagne y brindé con Cristian, Mathew y José Antonio. El champagne que hurtamos es de nuestro espontáneo almacén y cuyo brindis fue en nombre de la buena prosperidad hacia la empresa. Están avisados.

Se acaba. Chau 2008, pero no te lleves mis malos o bien intencionados recuerdos; yo los necesito para poder hacer mi propia historia, el de la vida.

Hola 2009.

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001.- Foto de camaradería en el área. Para brindar todo vale (hasta una botella de plástico).


002.- Mi último post del año. Aquí, desde mi lugar, elevo mis afectos amarillos de año nuevo para cualquiera que desee hacerlos suyos. Como fin de temporada, cierro con Los Fabulosos Cadillacs haciendo cover del track “Wake up and make love with me” de Ian Dury. Color amarillo que tengan su brillo, que lluevan estrellas y que flote el amor.

Soy un Grinch, el Grinch de la Navidad, pero en mi caso un Grinch algo fofo, medio tembleque, muy perezoso y de poca carne. Siempre en Diciembre he sido un Grinch y aún así guárdenme un regalo. Sí, llegó la Navidad y mi flojo cuerpo, cual futbolista de Copa Perú, driblea la ternura que se chorrea en esta parte del mes. El entusiasmo navideño ya hace buen rato que dejó de hacer mella en mí. Soy inmune a Papá Noel, Mamá Noela, a los duendes y cada reno que no me acuerdo ni cómo se llaman.

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Aquí en casa el nacimiento que mamá instaló en la sala es el mejor lugar para que Ele, mi nuevo gato, pueda desperezarse a lado de los pastorcitos de porcelana. Ele es el diminutivo de Elefante, su nombre verdadero, y es el reemplazo de Salim, mi anterior gato cuyo paradero es actualmente desconocido. Talvez Papá Noel quiera hacerme el favorcito de encontrármelo.

ESTA BONITO PERO NO
De niño siempre fui muy cortés al momento de recibir mis regalos, con un “gracias” o “está bonito” zanjaba la ceremonia del obsequio. En realidad me llegaba ser un niño educadito al responder siempre con esa elegancia engañosa. Hasta que un día decidí hacer lo contrario: alguna vez mi madrina, una mujer con velloso lunar tridimensional, encargó a su hijo (que por esos años era, creo, mi mejor amigo) darme mi obsequio de Navidad. Éste se presentó a mi casa con el obsequio, yo automáticamente abrí el paquete “Oh gracias… está bonito… mmm… el color esta chévere, pero el estampado como que no me gusta”. Mi hermano que andaba cerca escuchó la asnada que había dicho y me tiró dedo con mamá y ella castigó mi libertad de expresión.

EL TODINNITO
En alguna cena navideña habitaba silencioso al centro de la mesa un panetón Todinno y, claro, venía con su primogénito, el popular, Todinnito. La familia acordó que esa noche yo debería comer el Todinnito, pasaron las horas y nunca llegó ese momento: el Todinnito quedó intacto para comérmelo a la mañana siguiente, pero aquello no sucedió. La historia dice que mi hermano mayor retornaba a casa en la madrugada de aquel 25 después de visitar a sus amigos de colegio, y dice también que tuvo hambre y se embutió el Todinnito (mi Todinnito). En la mañana encontré la escena del crimen aún intacta. La criollada de mi hermano hizo partir un pedazo del Todinno e insertarlo en la caja del Todinnito. La cosa no quedó ahí, si no que falsificaron una dedicatoria firmada por Jessenia, una compañerita de la primaria que -dicen- me gustaba mucho.

YO PAVO
Ya es navidad y el animal más solicitado por los dientes peruanos es el pavo. El lechón y la gallina tampoco se me escapan, pero con ellos no es la cosa. Es jodido ser pavo en Diciembre, pero más jodido es que te vean la cara de pavo por todo lo que te harán gastar esta navidad.

En casa abundan los vales de pavo. Mamá fue a una de esas paviferias en la víspera y por la noche comimos harto pavo. En la mañana del 25 el desayuno consistió también en pavo, mamá sirvió su oscuro chocolate y unas tajadas de panetón adornaron la mesa. Al mediodía es muy probable que la maldita ave que yace dorada y fríamente occisa en el refrigerador, haga un salto aún después de muerta a la sartén de teflón. Sí, al mediodía también habrá pavo. Para el día 26 el contenido de mi taper al trabajo ya será muy obvio.

Ayer en la combi al regresar a casa por la noche, el cobrador me hizo sentir infeliz al momento de pagar con sencillo.
- ¿Qué, tú no sabes respetar?
- (…)
- ¡¡¡Setenta céntimos!!!
- (…)
- O sea que hoy tú comes pavo y yo pan.
El desaliñado cobrador humilló mis ripios en mi trayecto de cuatro cuadras. Y es por eso que con más ganas comí pavo el día de hoy.

PAPA NOEL LIVE LIMA 2008
Papá Noel estuvo en Lima. Sí, increíble. Lo más increíble es que siempre lo trae Coca Cola y con un juguete casi maltrecho lo podíamos ir a ver al Parque de La Reserva. Pero Santa aún no se ha ido, no. El día de ayer subió al mismo bus que yo. Se trataba de un rosado señor muy enorme y rechoncho, de barba y cabellera muy blanca, vestía polo piqué verde limón y el calor limeño lo hacía transpirar. Yo diría que era el mismísimo Papá Noel pero vestido de civil. De algún modo nunca creí en el tipo gordo que se cola por la chimenea. A propósito del calor limeño: no jodas Papá Noel en tanto sol y siempre te vistes así de abrigado, ¿qué y tu uniforme de verano dónde demonios está? Ni te asomes a mi casa, no te molestes en dejarme un regalo. Hace tiempo que te pedí renovar mis videojuegos pues ya todos mis amigos tienen Play Station 3 y yo me he quedado en el Super Nintendo. No jodas Papá Noel no vengas a mi casa esta navidad.

Estoy sentado en una de las esquinas de la oficina. Ya son casi las trece horas del día y mis compañeros empiezan con aquel ritual térmico de calentar sus almuerzos transportables. María, la mujer de nadie, esa fémina de poca grasa perteneciente a contabilidad, recluta a mis tres compañeros -previa calentada de tapers- y se van a almorzar a la calle. Yo esta vez almorzaré en el comedor-cocina-sala de entrevistas-sala de conferencias-salón de reuniones de la empresa. Subiré con valentía sobrante que solo poseen los sentenciados que van rumbo al patíbulo. Ya se acerca la hora y dentro de mi morral tengo mi almuerzo compactado en un taper de 24 onzas made in China dispuesto a ser calentado y digerido.

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Ya hace un buen tiempo atrás que he decidido llevar el almuerzo al trabajo. Siempre me resistí llevar el taper pues me gusta la libertad de no traer nada encima más que los headphones o un libro. Ahora todo es distinto: los descuentos cada quincena por la adquisición de una notebook me obligan a que de lunes a viernes cargue el envase plástico. Pero antes de mi heroico acto gastronómico, antes de trasladar la comida de casa al trabajo, cada vez que daban las dos de la tarde me dirigía al restaurante cruzando la avenida Palermo. Yo, junto con un conglomerado de comensales hambrientos nos disputábamos un asiento y rogábamos que a nuestra ensalada no le nazcan patas. Fiel asistente al restaurante de “la tía poco”.

LA HORA DEL ALMUERCITO
Entonces subo a paso firme al comedor. Aquí no sólo danzan los tapers, sino también las sillas de plástico que son arrastradas hacia la mesa.
Pronto este lugar empieza a llenarse de empleados y claro, también de tapers. A un costado del horno microondas se estacionan los recipientes de plástico en sus múltiples tamaños y colores, la cola avanza cada minuto y medio. De pronto ya es turno para calentar mi taper; hoy mi almuerzo consiste en brócoli, arroz y una pierna de pollo. Al rato un “tu tu tu tu tuuuu” avisa que mi almuerzo está listo. El “tu tu tu tu tuuuu” del microondas es una suerte de llanto o de un berrinche tecnológico quejándose por los sabores del apio, la beterraga o el kión del almuerzo de algún empleado hambriento (o quien sabe se queja por el brócoli que atreví a ponerle).

Una escuálida señora que responde al nombre de Pilar, ubica sobre la mesa una botella gorda con ají adentro. La mesa blanca del comedor está siendo poco a poco reservada con algunos tenedores envueltos en servilletas. Tomo distancia de algunos cabecillas, de esos con los que puedes salir perdiendo, y silenciosamente usurpo un lugar en la mesa y almuerzo a la defensiva. No debo olvidar que soy el novato de aquel comedero. Todo ahí me resulta desconocido.

Un caballero rechoncho y muy grueso es nuestro anfitrión en la mesa. Se trata de Chamochumbi o simplemente ‘Chamo’, un tipo cincuentón de estatura pequeña pero grande por los costados. Chamo tiene la cabellera corta, los ojos y pestañas a la de una mujer; pantaloncillos bien planchados y excesivamente arriba (él, al igual que mi padre, tiene un problema para ubicar su cintura), la vasta se impone y lamen su calzado siempre brilloso. Chamo no trae taper, es de comprar su comida y traerla al comedor; él nunca puede faltar, es nuestro anfitrión.

El tema de conversación en la mesa es un repertorio variado: Magaly Medina, Luciana y su padre Rómulo León. Mientras saboreo mi almuerzo pienso que los temas de conversación sobre una mesa nacen como pretexto para disimular los sonidillos desvergonzados como el de un hueso de pollo siendo triturado, el de un “juishhh” al succionar la sopa, o para encubrir algún aire extraviado pues creo era lunes y tocaba menestras.
- Luciana es inocente, dijo la señora Pilar.
- Luciana es un costillón, corrigió Chamo.
Luego la señora Pilar arremete sin piedad contra el rostro de Rómulo León y explica el por qué del mujerón que tenía al lado.
- La Miss Perú está por la plata, no por la cara de él. ¡Qué tienen caracho! ¡No entienden!, renegó la señora.
- ¿Usted me está diciendo que la mujer es interesada?, preguntó Chamo.
- Tú tienes que ser un cajero si quieres estar con una Miss Perú. Un cajero automático necesitamos las mujeres.
- Tú confirmas la teoría que el hombre es el cajero automático de la mujer, exclamó Chamo.
- Tiene que ser el cajero automático, sino no sirven para nada, sentenció Pilar.
- ¡Por eso las atropellan carijo!

Mientras tanto a ras de mesa los tenedores escarban en los tapers y yo pincho el último pedazo de brócoli para escapar cuanto antes de esa mesa del mal. Tendría que actuar rápido y despedirme educadamente sin importar que me escuchen o no. “Permiso”, pronuncio silenciosamente y me levanto sin despertar sospecha alguna, retrocedo mi silla sosteniendo mi taper en la mano; aquel envase plástico made in China es casi alzado por los cielos como si se tratase de un trofeo por salir invicto de aquella mesa. “El chico se va asustado; no te asustes hijo, que te pasen un cuy”, vociferó el grumoso señor ojos de mujer. Todos soltaron risas –quiero creer- como haciendo la digestión. Yo conservaba aún el tenedor en la mano, talvez nadie se daría cuenta si lo empalo como a carne.

Con aquella amenaza mental de empalarme a Chamo terminó un día de almuerzo colectivo en el comedor-cocina-sala de entrevistas-sala de conferencias-salón de reuniones de la empresa. Mañana también llevaré almuerzo y también seguro llevaré brócoli (porque mamá dice que es la verdura que está de moda). Mañana nuevamente le diré mama: Mamá quiero taper.

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001.- ¡¡¡TE INVITO A MI FIESTA!!! Este sábado 20, sábado 20... Se cumple el primer aniversario de Teleaparato. No, no habrá fiesta.

Buscar el regalo perfecto sí que es complicado. En el capítulo anterior de esta clandestina bitácora, dejé como misión pendiente la búsqueda de albricias para la señorita de copioso cabello. Es casi vergonzoso no tener ya ese tan suspirado obsequio a dos meses de su cumpleaños.

Tambieeeeeén vieeeeeene: Hoy le contamos cual es el regalo perfecto que escogimos en Teleaparato. No se lo pierda.

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Hace dos meses que cumplió años (sí, hace dos meses, no me lo recuerden), días después de esa fecha salimos a ventilarnos por la calle y a comer unos helados en McDonallds. Dentro de aquella franquicia repasamos con la lengua los sabores derretidos de la fresa y compañía, y hablamos del último post: sobre la búsqueda de ese regalo perfecto. La señorita que ese día vestía de polera rojinegra, me daba algunas pistas de la forma que debería tener su obsequio.

- ¿Qué es lo que no te gustaría recibir? ¿Un cometa?
- Un cometa sería buena idea.

- ¿Qué no te gustaría recibir? -volví a interrogar.
- Un cofre. Joyería.
- Eso sí lo sabía.
- Joyería ag, ag, ag. Definitivamente nada de joyería, nada de cofres.

- ¿Maquillajes?
- (…)
- No pues muy cursi na’ que ver.
- Maquillaje… quizás sí, algunas cositas.
- Igual yo no lo regalo. (Reímos).

- ¿Qué es lo que sí te gustaría recibir?
- Es que yo quiero bastantes cosas.
- ¿Todo Estereofónica?
- Ufff…
- ¡Vaciemos Estereofónica!, ¿y La Pulga?
- La Pulga no.
- N lo dijo, “llévala a La Pulga”
- No, no sabe nada. ¡Estereofónica!

(Qué dilema. Si tan solo los regalos pudieran resolverse a la manera de mamá, cuando de niño me envolvía unos cuantos paquetes de galletas para obsequiar en las matinés de turno).

MI JEFA OPINA
Al día siguiente de esa charla en el McDonallds, salí a almorzar con mi jefa y mientras arponeábamos con el tenedor los pedazos de pescado, cotorreamos sobre el -ya prostituido- tema del regalo perfecto. La jefa dio ‘la clave’ y parece que mucho importa para una mujer “que alguien se ponga a trabajar en su regalo”.

- Puedes hacer dos cosas: una caja hecha a mano y dentro un detalle.
- O sea algo rústico.
- Algo que vea todos los días. Algo que ella guarde siempre, algo hecho a mano.

- ¿Cuál es el regalo que a ti no te gustaría recibir?
- Que me lleven a una tienda y me digan: haber escoge tu regalo. Plop. No, ni hablar.
- ¡Yo pensé en eso! dije no, es mala idea. Pero también es válido.
- Es válido para ustedes porque ya no se hacen paltas si le gustará o si no le gustará, pero le resta la emoción.
- Y también no sabes cuanto te irá a costar.

- ¿Cuál es el regalo que sí te gustaría recibir?
- Es que pensaría en mis necesidades de ese momento.

- Algo que siempre queda bien es ir a comer a algún lado. Algún lugar desconocido, o alguna comida especial.

- Pero a toda mujer le va bien que le regalen algún accesorio para su uso diario.

La jefa me cuenta de la existencia de una cajita rústica muy especial “hecha con mucho amor” pintada a mano y obsequiada a su enamorado, ahí dentro reposan todos los recuerdos que vivieron. “Y la tiene, la busca, la traslada. Es su caja de los recuerdos”. Qué pareja no tiene una caja de melosos, pacharacos y taiwaneses recuerdos.”Y si le doy algún detalle lo guarda ahí, y eso que es bien cursi”.

Con los ruidos que hacía el repolludo cocinero, con cucharón en mano golpeando la sartén, nos retiramos y yo ya tenía la idea del regalo en forma de embrión en mi cerebro.

LA AYUDA EXTERNA
La ayuda externa (comentarios que provienen de valientes lectores que vagabundean por aquí restándole minutos importantes a sus vidas) recomendó que el regalo perfecto resultaría mejor si se tratase de un poema, una cena a la luz de las velas, o fabricarle un trébol de cuatro hojas (esto último increíble). Si hay algo qué regalar, también hay cosas que recomiendan no obsequiar, como las flores.

Siguiendo con la ayuda externa, alguien recomendó buscar la manera de convencerla que puede ser feliz con lo que ya tiene (sí, todos queremos a ese lector).

Otros hablaron sobre el regalo sin motivo, sin alguna razón en particular y sin fecha especial, pues, dicen, es más bonito y mejor recibido. O el de regalar lo que yo tenga y no lo que me sobra (yo tengo tiempo libre ¿qué te parece?), o lo que ella pueda estar necesitando (la última vez que la vi, necesitaba con apremio un buen corte de cabello). Regalar algo hecho por mí mismo sin toparme con la huachafería (no hay que ser tan cursi, recomendó ese valiente lector).

HABEMUS REGALO
Fin de la búsqueda. Mis manos moldearán su regalo. La etiqueta de ‘favorito’ es un cumplido que ella debería decidir. Armé un escenario y busqué un personaje para después vendarle los ojos. Usando plumones, témperas, lápices de color y unos cuantos programas de Art Attack, realicé un pequeño corto llamado “Arlequín estatuario”. Con poco menos habilidad que el mismísimo Nopo y Gonta, el guión de ese vídeo era involucionar de una pequeña explosión de color (girada en torno a un personaje: el sacrificado Good Boy, un muñeco de porcelana), hasta llegar a la pulcritud de un escenario vacío donde el personajillo es expuesto con los ojos vendados. Talvez el peso del vídeo recae en los últimos diez segundos de edición. El soundtrack del vídeo corre por cuenta de sueco Jens Lekman con el track “Your arms around me”.

El regalo no finaliza con la exposición pública del vídeo. Hay un pequeño pack entorno al arlequín que es mejor reservarlo para cuando nos volvamos a ver las caras.

No tengo muchas disculpas para todos los que observen “Arlequín estatuario”, pero recuerden que el soundtrack es agradable. Muy probable el regalo de las entradas para ver a Travis hubiera sido mejor, pero quedó en nada. A estas alturas lo hecho, hecho está. Humo amarillo: Cenid, habemus regalo.

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001.- Este vídeo es parte del obsequio.

¿Cuál es el regalo perfecto para una chica? ¿Existe el regalo ideal para todas? Se hace tarde y no tengo en claro qué obsequiar, en qué puedo gastar mi, cada vez, escuchimizada quincena. Cada minuto dudo en el regalo perfecto. Qué dádiva voluntaria puedo ofrecerle a la señorita de ojos rumbosos. Me asomo a una posible solución: La Internet.

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Digito www.google.com.pe y busco “Regalo perfecto”. El consumismo de Mercado Libre dice que los nacidos bajo el régimen de Virgo (22 de Agosto al 21 de Septiembre) son meticulosos en los detalles, eficientes, severos y racionales en su vida y trabajo. Buenos ahorradores. Como regalo perfecto tienen dos alternativas. Algo práctico: un iPod (claro, yo también quiero uno); como regalo valioso: Palms y Pocket. Conclusión: Imposible.

Hace unas semanas mi Jefa recomendaba obsequiarle a las chicas, bolsos, a ellas les encantan lucirlos, pero no cualquier bolso sino EL BOLSO. Me dicen que el regalo depende si la chica te gusta, si quieres algo con ella, pues si no deseas nada la bombardeas con peluches taiwaneses, pero si quieres algo más que un beso invadiéndote como enjuague bucal, el regalo sería una cena. Al diablo, sigo perdido, nada me convence. Me propuse buscar orientación humana-virtual a mi dilema: Inicio sesión del Messenger para preguntarle a mis contactos cuál es el regalo perfecto que le gustaría recibir a una chica, cuál sería ese gesto creativo que esperan recibir ellas.

N, amiga bloger o amiga de una amiga mía, ensaya la siguiente frase: “Wow… es difícil dar esa respuesta”. Luego en un tono más sincero y sobretodo ‘efectivo’, añade: “Si me preguntas, mi respuesta sería: dinero :( porque no me gusta que me den cosas que al final no me gustaran”. N tiene razón (yo quiero un sobre cerrado en mi onomástico de un cuarto de siglo), así evitamos estresarnos visitando tiendas, o lo solucionamos girando un cheque. Su respuesta es sabia y poco sibarita. Luego preguntó: “Pero, ¿No sabes que le gusta? Ya acabando N me recomendó uno de esos lugares muy Chic, “en la Pulga venden cosas bonitas y originales”.

Laura Zaferson, otra bloger (finalista en los 20 Blogs Peruanos), accedió muy amable a la encuesta al paso. “No podría opinar sobre la chica promedio. Te cuento lo que me gusta a mí. Aprecio mucho los regalos espontáneos. Prefiero un chocolate un día X que una flores en 14 de febrero”. Chicas como Laura ya se extinguieron en Lima (ella vive en Argentina), la mayoría de señoritas preferirían ir engrampadas del brazo de un hombre, consumir y/o embutirse todo lo que puedan un 14 de Febrero. Laura no se complica la vida, un detalle cualquiera es una muestra del aprecio y eso vale para ella: “Igual, yo creo que cualquier chica estaría feliz de recibir cualquier cosa que venga con cariño. Es importante el afecto a la hora de regalar. Los sentimientos se notan, creo yo. :)”.

Mi amigo y colega David, un tipo grueso, risible y sobretodo ocurrente, me aplicaba cachetadas de creatividad como hacerle “un diseño de un diploma a la mejor chica”, (agregó también: “webadas me haces decir”). Pero irónicamente David dice no creer en los regalos, pero si lo hace sería lo clásico y romántico que siempre dan: peluches, flores, etc. Muy humilde, él, añade que más regala “momentos”. No contento con su explosiva y colorida creatividad añadió lo siguiente: “Regálale un vale por un deseo que será canjeado en una semana y se lo cumples jijiji”. Después de todo no suena mal aquello último, ¿Y si me pide un viaje lunar? No, mala idea.

Ya casi se hace de noche y necesito otra opinión. Mi amiguísima Jet entra en sesión y la invado con la encuesta al paso. “Que, cómo es pues”, “¿Qué tipo de ropa usa?”, Jet quería detalles, saber “si es barrio o actual”, “fashion”, “emooooLIENTE"; desea saber “qué le gusta hacer”. Después de encaminarla con algunas pistas, cual computadora de ONPE arrojó las siguientes recomendaciones: “Entonces collares largos, cosas para las manos... tipo brazaletes”. Pero ¡Alto!!! Jet parece saber lo que realmente le gusta a una chica y me advierte de un detalle: “¡Ropa no!!!”. Yo todo inofensivo e ignorante de gustos femeninos respondí con un inocente “tons?”. Jet respondió: “Porque si es fashion tiene que ir contigo a escoger”.
- ¿Vestirse de peluche valdrá?
- Uhmmm

Hasta aquí ya tengo una idea amorfa del gusto femenino y de lo que puedo obsequiar, pero no daré señales del mismo aunque pienso en diminutos escarpines envueltos en craft. Puedo decir que aprendí a evitar resolver mis problemas de complacencia con la ayuda de la Internet, y de no hacer preguntas ridículas, resbalosas o patinadas olímpicas, es casi un exhibicionismo mediático. Realizaré un flashback mental y pensaré en los detalles que hicieron falta en ciertos momentos.

Al final del día analizo la posibilidad de agregar más personas a mi Messenger. Ingresa un ganador de los 20 Blogs Peruanos:
- Una pregunta... realizo una encuesta al paso. ¿Cuál seria el regalo creativo que le harías a una chica?
- Bah.


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001.- Improviso un regalo con el resbaloso y hartamente tierno Topo Gigio. Aunque su día fue ayer, yo le deseo un exquisito cumpleaños.


Maldito diario,
Tengo el corazón encogido y en gélido estado (como toda una gelatina marica) al verla ceñida a dos colores que la sujetan en el aire dentro de ese vestido que tapiza su cuerpo veinteañero. Dos colores le cruzaban el cuerpo y nunca pude abordarla. Maldito diario, ella es y no es un arcoiris bicolor.

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[Quedamos en vernos en un cine conocido. Los minutos avanzan con suave letargo. Ahí está, ya la vi].

Se aparece ante mí como un arcoiris de solo rojo y negro. Única. Mis ojos escanean su silueta mientras que mi bombeador sangriento presiona REC al cerebro. Graba. Primer archivo a Data_01 y así al infinito. Ella va vestida como la sangre y el luto. El color que ciñe su piel va en diagonal: nace en el seno izquierdo y aterriza despacito en su muslo derecho. Esas líneas diminutas, delgadas, gruesas y complicadas la envuelven como los anillos a Saturno ¿Será que esa tarde ella me buscó para ser su satélite lunar?

[Hoy nos vemos las caras porque se le canceló un té de amigas. No almorzó. Compramos buffet. Estoy detrás de ella].

Dentro de esa tela, su tegumento casi chocolate, imitación de una caribeña perdida entre el solsticio y el equinoccio, es un catálogo abierto de tonos arcillosos. Al darse vuelta, dos lazos cansados se debaten en complicados nudos, cuelgan flojamente en su espaldar y danzan alabarés de derecha a izquierda.

[Ya no la puedo abordar con mis brazos de pulpo, solo nos queda abordar un rectangular bus heterogéneo. Vamos al CCE].

Su cabello sin dirección flota arriba de sus ojos rumbosos. Una tibia carnosidad habita en sus mejillas. Su pecho es el mismo lote baldío donde jugar de madrugada y por la mañana a levantarse, correr y escapar.

[Vimos media película de Buñuel. Alguien ronca. En una Heladería ella pide un helado sabor a jarabe].

Los ojos rumbosos, sus párpados de pequeña seductora, el celo de sus pestañas que me hacen guardia, cejas en bloque, todo está matizado por un tímido tono gris que desentona su forma de arcoiris bicolor.

[No pude embestir a esa ninfa bicolor mientras subía feliz por acceder al mezanine. Un golpe de caderas falso y un saludo al paso, “juiiiish", activó su risa balbuceante, la entrecortada y chillona como estación AM. Por un momento quería fingir, engañarme mientras iba a su lado, que ella no me veía, que yo no existía, que yo no era el que respiraba cada dos segundos del aire que ella acababa de exhalar, que yo no estaba ahí abrigándome los pellejos con el calor que evaporaba su propia piel, o descifrando los mensaje en clave después del tañer de sus tacos sobre el pavimento, o fingir una pequeña conversación:
- ¿Cuál es tu canción favorita?
- Yo no tengo canción favorita, solo te tengo a ti.
Fin de la tela bicolor, y sus medias pantis no son color caramelo. También llevaba botas, pero de eso no quiero hablar, eso no quiero ser].

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001.- Parte del soundtrack de esa tarde es esta canción de los Rolling.


[Hasta el último segundo dudé en publicar este Post. Lo analicé en el transcurso del camino de regreso a casa, después del trabajo. A fin de cuentas no tengo nada que perder (ni que ganar). La siguiente carta no pretende mitificar algún sentimiento abandonado. Es una misiva que tiene una misión pendiente de años, pero antes se pasea por los pocos lectores del Teleaparato.]

No tengo un rito post amoroso en mente, o un track especial para proceder a descubrir una carta olvidada en años. La escribí a los tres meses después que ella se marchara. Por entonces volvíamos del cine y mi bocota arruinó todo. “Me sentiré mal cuando te vayas”, le confesé un domingo de Agosto por la noche (sí, lo dije con voz de bobo). Aquello es el acta de nacimiento de esa carta (o bien podría ser la de defunción). La fecha, en el sobre, dice que fue enviada el dos de Noviembre del 2004; la carta se paseó por toda Milán y nunca reposó sobre sus manos (alguna vez álgidas sobre una barra de metal).

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Actualmente, ya hace años que no sé de ella, pero fácilmente se puede observar algunas fotos publicadas en su -prontamente venerado- Hi5. La chava se ha puesto guapa. Talvez en adelante le dedique un Post celebrando esa sencilla y sana naturalidad, la de sonreír.

Bueno, si estás leyendo esto, no hay de que preocuparse, no diré tu nombre. Feliz cumpleaños MLP, y no te asustes; no es la primera vez que escribo algo que te involucre. Lo que vas a leer a continuación es, ya, un recuerdo realmente inofensivo. Un cariño bonito (editado, pero, aún así, bonito).


01 de Noviembre de 2004
ANTES DE QUE TE ENAMORES

Antes de que te enamores tendrás que saber que mi cielo sigue siendo del color de tus párpados: celeste y rosa, y ya no el gris que seduce. Antes de que te enamores en el jardín se cosechan las mismas flores y que mejor aún si son las rojas. Antes de que te enamores aquellas flores no olvidan su aroma preferido y de la miel que inyectabas en nuestros encuentros cercarnos (tan sólo dice esperar el pequeño polen que siempre volverá). Antes de que te enamores el clima no cambia, es el mismo invierno en la dulce espera de su sol en Junio.

Antes de que te enamores tendrá que saber él que tú me enseñaste del dulce y de la timidez, de la pasión y la ternura, de la voz baja y mirada cabizbaja, de la actuación y del ensayo, de la venganza con golpes de almohada y de manos entrelazadas un domingo por la noche, o de las manos que te impedían acomodarte el cabello.

Antes de que te enamores tendrá que saber él, tu nombre: MLP (Mujercita Linda Perlita).

Antes de que te enamores lo único que no puedo decirte es: No te enamores.


Estoy aquí pánfilamente sentado en el mismo lugar donde escribía tantas cosas (nótese el ‘escribía’). Yo no sé de donde he parido este atrevimiento para ensañarme con estas líneas que vas a leer, debe ser la necesidad de un cazador de no perder el rastro de su víctima y el de poder compartir algo contigo, sí. Espero evites la crispación que te nace al recibir esto. Desde ya, mil perdones justificados.

Es que yo no sé que pensar, si para mí todo iba bien. ¿Por qué sucedió aquello? Yo aún no lo sé. Creo fui un poco tonto ¡Oh vamos… un gran tonto! Nadie nos podrá rembolsar esas noches sin entrega. Yo quise llegar hasta el final ¿y tú?

Perdóname, pero aquella noche fui humano. Sucede que yo me autoexilio con todos mis sentimientos cosidos en la piel, y esa noche quise hacer lo contrario y resulté complicándome y también contradiciéndome. Soy un gran tonto por no despertar temprano a tu encanto. Tú siempre estabas ahí de cerca. Ahora lamento todo eso.

He conversado con tu hermana sobre lo sucedido y piensa que todo no es más que un simple mal entendido. Yo recuerdo las imágenes de esa noche, pero tengo una en mi mente que no suena nada especial: cuando cerré la reja de tu pórtico y tú sentada en la escalera. Te dejé. Creía que ya todo estaba dicho. Me he odiado por dejarte sentada. Yo quise acercarme, quería hacerlo; tomarte de las manos y decirte que olvidemos ese momento y continuemos como antes, pero talvez tú retirarías tus manos de las mías una vez más esa misma noche.

Creo ya se acaba esto. MLP no sé lo que sientes tú por mí, no lo sé. Siempre serás para mi MLP. Quizá la distancia se transforme en un puente inalcanzable pero dicen los advenedizos que al soñar las distancias se acortan. Démosle sentido a aquella frase tuya de “amigos para algo” que es mejor que “nada”. MLP hay que darle gusto a Dios, que él ya vuelve a ser mi amigo.

PDT: Te envío el disco de Lucybell que olvidaste y una tira de fotos mías en la actualidad.



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001.- No mencioné tu nombre pero esta canción se le acerca bastante. Bonito cumpleaños y saludos al chantillí.

Tres amigos se reencuentran después de más de medio año de separados. Uno se casó a finales del 2007 para después retornar a Pisco donde trabaja y vive siempre acompañado de su esposa. Ambos están a la espera de su primer hijo. El segundo amigo administra o es uno de los administradores del negocio familiar, dedicándole tiempo completo a ello. El tercero… el tercero simplemente quiso desaparecer por un buen tiempo aprovechando que el primero abandonó la ciudad y que el segundo se dedica al trabajo familiar. Tan sólo va y viene de su labor como diseñador. Se juntan, ríen al evocar las historias en común, se informan de lo que hace uno, se ponen al corriente de lo que hace el otro. Ya no se emborrachan como aquellos sábados por la noche, ahora comparten un vaso de mazamorra morada y piqueos de un pote de plástico. La amistad es un afecto perdurable y ellos lo saben bien.

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Mi visita después de muchas lunas a casa de Luis coincidió con una llamada de Peter a mi celular. Dice que está en Lima y que si nos podemos volver a juntar en su casa (o bueno en lo que era su casa). Quedamos. Iremos a las siete. Luis y yo avanzamos con paciencia al ritmo de quien compra el pan de los domingos. Hoy es domingo por la noche y vamos vestidos con ropa de calle y no con batas mañaneras. Nos detenemos a comprar una Inca Kola de litro y medio que Peter, vía teléfono, nos encargó. Realmente parece como si volviéramos a ver a Peter después de una operación o similar pues desde ya hace un buen tiempo no sabemos de él. No sabemos de nosotros.

Tocamos el timbre. Desde el pórtico de su casa hasta su sala todos cruzamos saludos. Allí está Bianka, la esposa de Peter, con la barriga hinchada de cinco meses de embarazo, y el hermano de esta. Los más experimentados saludan con palmadas en la espalda. Es cuestión de adecuarse a la idea de que aquel grupo de tres amigos que se creían inseparables se reencuentran después de más de medio año. Tomamos asiento. Al frente mío: Peter, y a su izquierda: Luis. Al centro, en la mesita, un pote de plástico que no rebalsa en piqueos y que Charles, el hermano de la esposa de Peter, se compromete a hacer desaparecer.

Sentados ahí, la cháchara empieza con Inca Kola en mano y con el abandono que Peter hizo a su cuarto. Las palomas, nuevas inquilinas, le están muy agradecidos por tremendo palomar ofrendado. “Esa vez lo limpié con espátula”, reniega amablemente. La antigua habitación de Peter nos trae recuerdos: la vez en que una caja familiar de pizza convivió debajo de su cama por varios meses. “Se desintegró”, chacotea Luis y agrega “pero esa caja, puta, habrá estado un año”. “No, no lo creo, seis meses”, acometió Peter.

Nuestro anfitrión nos habla de la reconstrucción de Pisco después del terremoto y de su trabajo en la Planta de Tratamiento de Gas: “Una de las cosas que tengo que hacer es la medición de tanques. En vez de meter un fierrito metes una wincha. Tú tienes que poner una cremita y lo mides”. Me parece que tratara al tanque como a una cocinita de primus. No lo sé. Me doy. “Si un tanque llega, por algún motivo, a incendiarse se tiene que controlar con el sistema contra incendios… pero cuando ya prende ya fuiste”.

En el otro extremo, Luis se empacha en contarnos de sus salidas con “La China”, es una coordinadora de producción que trabajó en un programa de rock en la TV. Salieron a pasear por LarcoMar y él divisó a sus amigos y prefirió no presentarla. “Pero se calmó porque le invité un Baylis”. Santa solución. De lo que nos pueden salvar las copas de Baylis. Punto a favor para el licor.

La retahíla prosigue en la sala y en la cocina Bianka prepara un postre morado que luego nos da a probar. Al fondo, en el antiguo cuarto del abuelo, la hermana mayor de Peter en escenas con una de sus amigas de la universidad y una del colegio. Yo me siento cómodo. Siempre fui bien recibido en aquella casa. En las paredes las fotos de la familia que vive fuera del país. Reconozco una sonrisa. Giro la mirada: Sasha, la octogenaria perra de la casa, ladra en protesta de su enclaustro en el segundo piso. “Guau, guau”.

DIAS DE MATEO
Por un buen tiempo todos los sábados por la noche nos reuníamos en la habitación de Peter, las provisiones las compraba él (entiéndase por provisiones a las enormes bolsas de Chisito que cargaba al hombro). Departíamos algunos tragos y navegábamos toda la madrugada en Internet. Su casa siempre desabitada nos facilitaba el morbo. Fue ahí donde nació “Mateo” interpretado por el súper abogado Luis. Teníamos un correo propio de nombre “hoy pierdes” con el que chateábamos por el Messenger y otro en Yahoo al cual perdimos el rastro. Reímos a carcajadas al recordar el ingenioso y pícaro pero inofensivo nick de “Eyaculator” y “Cam x Cam” para ingresar a las salas del Latinchat. “Una vez, recuerdo, entramos al Latinchat con el nick de Eyaculator y nadie nos hablaba”, contaba Peter. “Sí, yo recuerdo que nos hablaban los maricones: ‘Pie grande’, ’20 centímetros’. Esos huevones nos respondían al toque”, intervino Luis. Luego corre la anécdota de cuando jodimos a un maricón que nos empezó a hablar, y con la ayuda de la webcam logramos capturar su rostro, luego lo pasamos al Paint para agregarle la frase “Maricón de mierda”, y lo rematábamos con cartelitos mofándonos de él. Sí, claro, actuamos mal pero cuando uno es joven sólo piensa en el momento así que en ese instante no pensamos en su dignidad (por favor a los señores del MOHL, no queremos tener problemas. No manden cartas). En aquellos días de Las Noches de Mateo, Luis chateaba con una colombiana a la que le envió una foto de stripper y ella se la creyó toda. Intercambiaron webcam y le mostró el torso desnudo, luego observamos a la pobre colocha morderse los labios. Un calorcillo ilegal se producía en su trémula piel morena. Las Noches de Mateo, siempre resultaron de ese tono pícaro y madrugador.

Evocamos aquellas descargas memorables del Ares. Los sonidos de orgasmos: la del pato Donald. “Who’s your daddy?”, se escuchaba en ese mp3. El famoso “Oh yes, oh yes… Don’t stop, don’t stop”. “Pero ahora a salido una con la versión de Darth Vader”, nos actualiza Luis.

No se puede evitar mencionar el famoso video que descargué ‘ac-ci-den-tal-men-te’ un día de fin de año en la habitación de Peter. Buscaba la página web de nuestra banda desde el mismo portal de Galeón (por entonces nos reuníamos a hacer algo de música). Abrí varias ventanas y de click en click… “Ese huevón me mostró ese video. Me traumó. Me dolió a mí al verlo. A todo el mundo se lo cuento y hasta ahora no lo creo. Yo lo cuento para que lo busquen”, testimoniaba Luis. “Llegaste a encontrar lo que buscabas”, vacila Peter. La historia dice que descargué un video de aproximadamente unos veinte segundos de duración que tenía como protagonistas a una pareja desnuda. “El pata estaba echado en un sillón y la flaca había terminado el ‘golo-golo’, y con un consolador se lo metió por el pene y el pata…”. “Se lo metió por el ojo de tondera”, interrumpe en risas Peter, siempre tan directo. “Fue horrible huevón”, comenta Luis aún conmocionado y casi adolorido como el protagonista del video.

Recordamos el famoso Cachondísmas.com, una web en la que supuestamente se chateaba con mujeres en vivo. “Ese huevón trajo Cachondísimas”, me acusaba Luis. Portal en la que Peter y yo una vez entramos a chatear desde nuestras respectivas casas. Nos sacaron del Chat en cuestión de minutos.

En aquellas Noches de Mateo nació una apuesta en que Peter le vaticina a Luis la existencia en menos de 10 años de un traductor de idiomas pero sólo utilizando la voz. El monto de la apuesta es de 100 dólares. Tengo la grabación de la apuesta y ya falta como ocho años. Yo no me meto. Antes de eso vaticino que el dólar se habrá devaluado y que habrá un tsunami con siete arco iris.

RECORDAR ES VOLVER A CONTAR
“¿Se acuerdan de la mosca?”, pregunté por aquel auto Toyota de Luis, al cual bauticé así porque se caía a pedazos como en la película. Cierto día, hace ya varios años, íbamos de noche dentro de ‘la mosca’ por la avenida Dominicos, por entonces apenas excedíamos la mayoría de edad, de pronto un policía nos detiene advirtiéndonos que vamos en contra. Se apiada de nosotros, nos ve la cara de párvulos asustados y en un ademán de manos nos deja ir. Al aspaviento se le agrega el que no llevemos encima el cinturón y conducir con las luces apagadas. “Jefe lo estoy llevando a la cochera”, fue lo único que dijo, por entonces, Luis. Otra experiencia similar y policial fue aquella cuando enrumbamos a Condevilla con un equipo de sonido a bordo tan solo para comprar cuerdas de guitarra. Sin brevete y, creo, también, nuevamente, sin cinturones pasamos veloz cerca de una patrulla policial. “Actúa normal, actúa normal”, nos enfundaba en valentía Luis.

EN EL NOMBRE DEL BEBE
Peter será padre por primera vez dentro de pocos meses. Empieza la discusión sobre el nombre que ha de llevar su primogénito. “El primer nombre pensado era Sebastián pero quedo Ian Sebastián”, nos da la exclusiva Peter. Cuenta que eligió ese nombre por el vocalista de Joy Division (me imagino al ver la película Control). “Ponle Bono”, ataca Luis. El bebo no ha nacido y ya quieren que sea un pelotero. “Ya sabes. Me lo traes y yo lo hago crack del fútbol. Vamos a medias. Lo llevo al Real Madrid y nos hace millonarios y nos saca de este miserable país”, dice Luis, su futuro representante.

Insisto en mi ofrecimiento de hacer los partes para el Baby Shower. “Pero la fiesta la pones tu”, le advierto. “Le compro un carro si tú le pones a tu hijo Eudoro o Patroco”, siempre ingenioso Luis. “Oye piensa un nombre van a ponerle Sebastián”, me dice Luis que después parece tener la solución “ponle Mateo”. Entonces salta la pregunta. “Ya ¿pero si es mujer?”. “Naina Estefanny”, dice la futura madre. “¿Qué significa Naina?”, pregunta Luis. “Ojos bellos, en hindú”, responde. “Pero ni siquiera has visto sus ojos”. Reímos todos.

La importancia del nombre parece que va muy en serio en Peter y su esposa. Luis ataca de nuevo e increpa a Peter. “Dos nombres ¿para qué? ¿Tú usas tu segundo nombre? ¿Quién te llama Leen?”. “Así me dicen en mi chamba”, responde. “A ti te dicen Pipilín”, le digo. Nuevamente Luis tiene otra alternativa “ponle cinco nombres para que escoja”.

Bianka recoge los vasos de la mazamorra. Sasha ladra. Se abren las puertas del cuarto que está al fondo. Sale una amiga de la hermana de Peter. Se va y con ella Luis también. Minutos después hago lo mismo pero con Peter quien ya no vive ahí, le acompaña su esposa y su hermano. Nos despedimos de la hermana de Peter. “Pórtate bien”, aconseja la futura tía.

Llevamos la misma dirección y tomamos un taxi. Cuidado: bebé a bordo.

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[A propósito de viajes en taxi, esta es otra crónica dentro de una lata rodante al servicio público. Esta vez voy revestido de locura y con ganas de morder (y de ser mordido)]

“Si no entrarás al edificio de fierros lineales del ‘Brit’ puedo acompañarte a casa”. “Sí, pero a qué hora vienes parisino”. Aquella charla de Messenger fue el inicio a un nuevo capítulo de nuestras salidas clandestinas (aquellas siempre a espaldas de nuestras madres). Todo imperfectamente perfecto, nocturnamente bello y sobretodo –ahora más que nunca- risible. Sin planes elaborados, tan solo seguir el camino cercano y hacer lo que la suerte te pueda permitir como una excursión a una municipalidad sin previo aviso, y si tienes uno de esos ataques al cual identificas como uno hiperactivo, tranquilo… será bien recibido por tu compañera de turno (a mi me funcionó).

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Sentados en el asiento posterior y disfrutando de viajes en taxi -siempre debida y apaciblemente alfombradas- fuimos dos veces transportados dentro de cápsulas latosas rodantes al servicio público. Allá atrás, en ese asiento posterior -en el que nuestras posaderas reposan tibias en invierno- había una pareja amante del arte que se turnaba para viajar sobre las piernas y tener una perspectiva de infante con un toque de rostro nunca tan bien recibido. Un día atípico siempre al lado de la chica de anárquico y confuso cabello pajoso.

BEBE EL AMOR DE MADRE
El punto de encuentro es un Hipermercado de color amarillo verdoso, en el que sus colaboradores visten uniforme endeble muy llamativo por sus tonos (parecen unos amables comodines escuálidos). Llegué con escasos minutos de retraso, ella no llegaba y pensé que se había ido. Pero insisto, tanta espera recompensa, y, así, a lo lejos alguien me saluda con un brazo a media altura: era el suyo. Cenid estaba conmigo una vez más pero tenemos muy poco tiempo para cualquier cosa que podamos hacer juntos; una película no nos tendría como espectadores finales y descartamos esa opción. Tantos lugares para visitar en aquel lugar pero resulta siempre mezquino el tiempo hacia estos dos muy tirados a la suerte de Dios. Nos contentamos decidiendo comer unos postres fríos expendidos en un Supermercado de colores patrios. Ya ubicados en una mesa me cuenta que renacen sus deseos de estudiar Filosofía, esa carrera nunca conformista que adapta, reinventa y reta a las nuevas ideas. Quiere dejar el Diseño pero irónicamente aún le gusta; hace notorio su agrado por el resultado final de una pieza de arte, y se queja de la labor sacrificada que se lleva a cabo para ese resultado. Está en su primer ciclo y poco le falta, creo, para que decida por su traslado interno. No me queda más que aconsejarle que haga lo que más le gusta: que si quiere Filosofía que lo tome, y si el Diseño –aún- le gusta, que por ahora no lo deje, talvez en un tiempo futuro pueda hacer una pausa decidiendo que es hora de tomar por asalto las teorías, algunas tanto complicadas de la Filosofía. “Si quieres resultados, sufre”, recomendé masoquistamente. Otra vez duda sobre que elegir.

Hoy trae consigo un polo que resulta ser un emancipador de piel desnuda: su pecho es un lote baldío color canela. Poco puede hacer el frío para tocarle la piel y tirita mi corazón. Congelo la respiración y hago notorio una acción elegante: observo su garganta oscilar con cuidadosa suavidad al beber de una botella de Frugos; sigo ese trayecto, ese viaje líquido que hace la pulpa dulcemente industrializada. Allá, en su tráquea, su piel se eleva al paso que avanza la pulpa y entonces la pierdo de vista para continuar con un recorrido ficticio. Tras esa piel hay un viaje líquido proveniente de un embase de vidrio que para ella significa el “amor de –su- madre”. Muy conmovida por esa idea tras hurgar en su bolso, ella me invita de su néctar “bebe el amor de madre”, me azuzó. El tañido de las sillas acomodadas sobre las mesas por hombres vestidos de rojo, y una luz que se apaga tras otra, nos advierte que el lugar está cerrando.

Descendemos por las escaleras y empieza un acto del que quizás se trate de una despedida anticipada (de esas que siempre odio). La misma historia se repite: la de la madre que emigra y que con el pasar del tiempo, tan pronto como un resfriado de invierno, se lleva a sus hijos. La madre de Cenid, en menos tiempo en que se prepara un Ajinomen y con la incólume idea de viajar a España, vaticinó el futuro de su hija en dos segundos, de los cuales, creo yo, utilizando un pan francés de bola de cristal, imaginó pagarle a su hija la carrera artística, verla establecida y casada con un español. Creo que en dos segundos más le pronosticaba la herencia, la cantidad de hijos, la dirección exacta donde viviría y el nombre de su ama de llaves de nacionalidad inglesa. ¿Por qué las madres son tan crueles para con uno? La maldición de un efecto retardado me sigue. Soy un chico imán.

PRIMER TAXI: A MORDIDAS APRENDI
Abordo de nuestro primer taxi mi cuerpo es extraño. Ella saca de su bolso mi CIA (Cuaderno Intel Azul), aquel que me sirve de borrador de algunos escritos, que se lo di a guardar en el momento en que nos vimos. Lee algunas líneas y entre hojas se percata de ese texto ‘Vacaciones en Suecia’, lo evade. Quería saber su opinión. Reconozco mi atrevimiento al mostrarme como un amante anónimo seducido por la idea de escribir líneas al escuchar los tracks de un disco. (Vamos, ese también soy yo, muy adelantado, sí). Ella abre su agenda Lucho Hernández, repasa las hojas y me esconde con un celo feroz algo entre sus escritos. Qué diablos pudo haber sido; seguro algo de un admirador de clase, una carta dirigida a un fulano, o una misiva de ‘Cesos’ declarando una vez más y por escrito su amor a Cenid (la primera vez fue por el Messenger). Qué diablos, no me incomoda. Observamos sus dibujos: “esa es una galaxia”, “aquello es un planeta”, “aquí están los ojos pero… no tiene forma”, son las cosas que llegamos a decir al ver sus diminutos dibujos crípticos; riendo cada tanto al descifrarlos. Tal escena me aceleró los nervios y la ansiedad; mis manos temblaron y no pude controlarlas, cerré y abrí los ojos a una velocidad en picada. Debo... le debo hacer algo. Le digo que estoy hiperactivo. (De vez en cuando siento esa sensación de querer estar en movimiento. Es una locura manipulable). De pronto mis manos cubren sus orejas pues suena por los parlantes del taxi un track que no le gusta, presionando cada vez más hasta que no me pueda oír. Aún, igual de hiperactivo, ella ofrece sus manos para mi disfrute con la advertencia de tener cuidado con su dedos recientemente heridos. Su brazo derecho es mi trofeo a mi locura y lo meneo como un bebé. El movimiento veloz de mi cuerpo no cesa. Realizo gestos “locuros” que no son percibidos por los autos vecinos: mis manos deslizándose y dejando un rastro de víctima sobre la ventana. No puedo más. Ella me invita a morderla como parte de una solución. Desnudo su brazo diestro y procedo con una escena carnívora: morderla a mi antojo. Ella me convierte en un animal. Entonces nos mordemos la misma cantidad de veces sentados sabrosamente en el asiento posterior del taxi. Adictos a las mordidas con los brazos desarmados de telas que los cubran, inyectándonos los dientes como agujas: el veneno de nuestra saliva (que hacía su aparición después de larga ausencia de descanso). Me hacían tan bien esos mordiscos soporíferos. Tan cerca de ella y apunto de acabarse nuestro viaje, y con restos de mi hiperactividad aún vigente, termino por dejarme caer sobre sus piernas. Tenía la perspectiva de una visión de niño observando los hoyuelos de su nariz. El viaje está por terminar, dentro de unos minutos llegaremos a su casa, pienso rápido y sugiero ir más lejos, ella acepta y extendemos nuestra escena. “Señor llévenos a la Municipalidad de Los Olivos, le pagamos lo que sea”, exclamó. Ella y yo viajando en amorfa posición. Tendido sobre su regazo ella me calma con un dedo sobre la nariz. Yo sobre sus piernas y con el calor de su vientre me siento sedado dando por concluido todo acto de hiperactividad. “A veces, después me siento como sedada”, me dice despacio al ritmo que lleva la escena. Cierro los ojos para que mi mano se comprometa en tocarle el rostro: se topaba con su cabello y la frontera entre su cabeza y cuello. Mi mano se desliza a su antojo: recorre sus cejas, baja por las pestañas y encuentra su ojo cerrado, seguido se desliza por su nariz y desemboca en sus labios, toma parte del mentón, cae por su cuello y vuelve a subir por su mejilla. Fueron diez segundos que Dios me puede envidiar en su condición de un ser no-terrenal. Se repite la escena pero en desorden y con mis dedos cada vez más torpes. Todo iba bien hasta que… “¿Aquí esta bien?”, preguntó nuestro taxista.

SEGUNDO TAXI: EL TAXI DE LA FURIA
No perdemos tiempo y reanudamos, nuevamente, el regreso a casa en nuestro segundo taxi del día. El vehículo abordado es similar al primero y las costumbres se repiten. Ella me invita a su regazo dándose ligeros golpes de muslo, yo sin dudarlo me acerco más y la abrazo. Suena por la radio un tema de Juanes. Éramos nuevamente nosotros dos, tan abrazados como antes, con los rostros tan próximos y con la ventaja de haber pasado por un cuadro de hiperactividad que ayudó a que mis movimientos se aflojen. Beso sus cabellos con la ilusión de volverle a besar los labios. Le hago espacio para que acueste en mi lecho, era el momento para contemplarla y repetir la escena de hace unos días en los que jugaba con sus labios y ella intentaba poder reír. Lo hace. Se acomoda las prendas: sus pellejos desnudos pueden ser transmisores de gélidos vientos. Verla tierna sobre mi, me llama al goce perfecto. Su suavidad se desata y queremos un viaje largo (ella no quería que acabara al igual que yo). La idea de un viaje infinito aún no existe. Suena por la radio Maná y no nos gusta para nada, nos dopamos los oídos y recomiendo cantar siquiera una canción de cumpleaños: ‘Rompe la piñata’. Mis dedos a la suerte de baquetas golpean su frente como una tarola, es la introducción de la canción y luego… “¡Piñataaaa!!!”, repetimos a la vez. Reímos. Suena ahora Soda Stereo: ‘La ciudad de la furia’. “Me dejarás caer al amanecer, entre tus piernas”. Me dice que canto aterrador. “Tú también”, me defendí. Siempre tendida sobre mí, la abrazo con celo y le cubro el escote con parte de mi saco a cuadrados en señal de mi respeto a su piel canela mientras se apega más a mí. El taxi hace un giro y cambia de avenida, “en la farmacia, por favor”. Los viajes en taxi llegaron a su fin.

Los viajes en taxi me acercan a ella como un niño a su regazo. Fui un viajante acurrucado entre su vientre. Si existe el viaje perfecto, este se le acercó bastante; y ojalá yo pueda acercarme más y la próxima robarle un beso de la boca, tan perfecto como un taxi que nos trata de pasajeros eternos.

- Iré hoy.
- Salgo 10 para las 8. No demores.
- No lo haré.
- Veremos entonces.

Nuevamente llevo prisa y dentro de un taxi cualquier precio sería el adecuado. Ya los treinta días sin verla se convierten en treinta minutos de distancia. La última vez me negó un libro, pero qué diablos. Sí, una vez más mi cita con la chica de cabello esponja, está por empezar.

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Es Mayo catorce y hace tanto frío para abrazar y ser abrazado siempre contra ese mismo cuerpo: blandamente pequeño y atrevidamente cálido. Esperé en el mismo lugar de siempre instruido por una costumbre reciente. Las manos me congelan y pienso dos veces antes de tocarme los dedos. El tráfico es lento, pesado y escandaloso; todas las rutas palpitan en mis orejas.

Aquí parado, las paredes de la universidad son una suerte de sonrisas a dientes rotos; se observa quien viene de atrás, pero ella aún no asoma a la salida.

El frío inquieta, juega con mis telas colgantes se mueven tan bien que parecen conocerse de tiempo. Viejos amigos. El frío, se inmiscuye en mis prendas e ingresa por espacios reducidos a refrigerarme los pellejos: me eriza y de gallina tengo la piel. Sí, tiemblo, no sólo por las gélidas brisas que me acunan y baten; tiemblo también de nervios. No sé si me vea bien el día hoy. Reciclé unos viejos calzados que poco aprietan mis pies helados; un pantalón oscuro me cubre las pálidas piernas chuecas; un cambiante, pero rutinario, polo blanco; una chompa de cuadros en la pechera que adquirí en un supermercado (pienso que las chompas de cuadros van en invierno: tan alegres como la estación); después de toda la chulería encima traigo un blazer que –creo yo- aún le gusta puesto en mí.

Ya han pasado varios minutos desde la hora acordada. Talvez alguien detiene tu huida.

- ¿Qué ya te vas?
- Sí, ya me esperan afuera.
- Ahhhh…. Te vienen a recoger.
- Es sólo un amigo.
- Y… no nos lo presentas.
- No, es eso, un amigo (…) nada más.

Maldición, a qué hora te veré pasar por los dientes rotos.

Deseo tenerte ya.

Este frío fabrica abrazos de frazada baratas de tigres.

Todos salen ¿dónde está tu cuerpo?

Ven ya.

- A poco te interesa él.
- Sólo salimos.
- ¿Nada más?
- Me lleva a casa en taxis.

Hasta aquí tengo casi de memoria todos los –espero- 37 escalones que tiene ese puente.

Tantos alumnos en esa bendita Universidad caótica que nunca te he visto traspasar la salida.

A mi lado, a un par de metros, tengo a una expendedora de dulces al por menor con su pequeña canastilla rodante con las que uno hace las compras en cualquier mercadillo. Todas las golosinas que comía de niño las lleva ella. Tanta azúcar que envenena no menos que los cigarrillos Hamilton que compran –con pose adulta- algunos universitarios.

- ¿Tiene Winston?
- No, no hay joven.

Un alumno tabacalero enviste una de las tiras de frituras que cuelgan del cochecito y la hace caer, su grupo arma un escándalo a la altura de situación.

Eh ahí la vendedora con su cuerpo extraño: lleva una chompa bajo otra para alcanzar una contextura sospechosa; un gorro de lana le cubre la cabeza. Sentada tiene casi la misma altura que su cochecito y te atiende al pie del puente al que Cenid y yo denominamos ‘Casettes’. Tiene el rostro triste, esconde su mirada con timidez tras golosinas de Arcor y Nestlé con sus envolturas copiadas del mismo arco iris. Chocolates, caramelos, galletas, cigarrillos, gaseosas, etc., de todo vende; sus productos a base de sal, harina, azúcar y nicotina. Ella tiene unos cincuenta años y muchas ganas de trabajar para mantener a, quizás, cinco niños en edad escolar. No mide más de un metro sesenta con su piel trigueña; ni mucho menos, talvez, vivirá por San Miguel. Me observa, tiene algo en los ojos cuando me ve. Si Cenid salió antes de que yo llegara, sería capaz de dejarme un recado con algún extraño y ella podría ser la indicada. Nunca intercambié palabra alguna.

Una policía se le acerca “ya vengo para contarte”, le dice en tono amistoso, a la vez que le obsequia su vaso de café caliente y aún por terminar (el vapor lo delata). Ella bebe el obsequio líquido.

Quiero esperarte más pero el frío me está ganando.

Falta poco más de dos horas para la media noche.

Creo todo es en vano.

Ya los más de cinco chicos que esperaban a sus parejas cerca de mi, salieron abrazados de ellas. No faltó uno, de esos románticos con rosas rojas a las espaldas. Maldito.

La vendedora sabe que mi chica no saldrá nunca, que espero en vano.

Talvez dentro de treinta días me vaya mejor.

Como dice el título de un cuento: Muera el amor y todas sus malditas variaciones pero nunca mueras tú.

21:40 hrs. Nadie me ve y empiezo la retirada.

Era sábado ya casi de noche y estaba en la Plaza Manco Cápac. Siempre atento a cualquier percance con macilentos delincuentes que habitan el entorno, pues era un día catorce del mes de junio y acababa de cobrar mi bono. El lugar me altera, sus calles insanas no me brindan confianza y quiero irme cuanto antes. Es fácil ser un maniático si no logro distraerme en un par de cuadras. Los rostros sucios, algunos ebrios, y tanto ruido desordenado que viene de todas partes te enferman. Frente a mi un tipo que le reclama sospechosamente a una mujer acompañada de un hombre, “tan solo quiero hablar unos minutos contigo”, le decía. Talvez sea un parroquiano defraudado o uno enamorado. Su voz es parte del concierto de sonidos de una intersección limeña muy transitada. Los cobradores de combi con sus llamados para ‘jalar gente’ con infaltables mensajes en clave con pendencieros dateros; las bocinas son plañidos de auxilio, cada una a su estilo pide salvación; algunas damas en tratos con promiscuos noctámbulos. Todo forma parte del rito callejero. Cerca a mí una pareja joven que discute sin descaro cerca al asfalto. “Quiero que me dejes en paz”, pedía en llanto la mujer.

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Detengo un taxi y logro hacer un trato con once soles. Abro la puerta posterior y no acababa de sentarme y el tipo ya me empezaba a charlar, “las parejas de hoy”, decía refiriéndose -con cierto tono que le permiten las canas- de aquella pareja que discutía a mi lado. Podía detener la conversación si así lo quería y tener un viaje sobrio, no tenía por qué charlar con él, pero accedí a la cháchara con el taxista. Él partió del punto que también estaba en discusiones con su actual pareja a la que cariñosamente se refería con la palabra “cuero”; ya hace dos días llevaba una pelea con ella. Dice rescatar su belleza. La edad de su “cuero” es de “cuarenta años” y hace minutos acababa de llamarla para decirle: “hola ¿te puedo ver?”. Galantea con desenfado y comenta no tener problemas con sus “cueros”, salvo con ese y uno más por ahí.

Él es un tipo casado pero -por lo que me cuenta- la casada es su mujer. Ya no existe el amor entre los dos y saben que las cosas ya no son lo de antes. Tiene más de sesenta años y sus arrugas delatan una vida trajinada, ya no le queda mucho cabello en la cabeza pero parece poco importarle; su frente amplia permite contarle algunas manchas con suma facilidad; lleva lentes de lunas gruesas, siempre firmes y bien enganchados arriba de las orejas y sobre una nariz que a su edad le seguirá creciendo; un bigote de Monchito, bien teñido en la escala de grises; y a sus dos costados los mofletes le empiezan a colgar o más bien a traicionar.

De rato en rato lleva la conversación mirándome por el retrovisor. Cuenta haberse enterado por el cable de una estadística que dice que un treinta por ciento de las mujeres en el mundo, desde los diecisiete hasta poco más de los cuarenta, están siempre dispuestas para el apareamiento, y que tenemos siempre una sola madre pero venimos de diferentes padres. Cual sea la cantinflada que me haya dicho, este señor no llega a influenciarme en su papel de humano sesentón.

Pero vayamos a su forma con que él le cae a una mujer, que es, pues, sin duda: taxeando (si el oficio más antiguo del mundo es la prostitución, otro bien debería ser taxear). Así se levanta a cualquier hembrita que esté dispuesta, al igual que él, en llevar una aventura. “Así taxeando, no te voy a mentir ya me he levanto cinco cueros”, alardea al volante. Entre las cinco que ya se va levantando me habla de una “señora muy guapa”, que llegó a presentar a unos amigos y dice conocer a sus padres; otra de sus levantes es una mujer a la que no le valió el cuerpo como tarjeta de presentación, sino la voz que fue lo que realmente lo sedució, “me tomó una carrera y desde el primer momento su voz me enamoró”, me cuenta mientras damos vuelta alrededor del Parque de la Bandera.

Cuenta que un día al llevar a uno de sus tantos “cueros” dentro de su vehículo, ésta estiró sus pies sobre el tablero y más que excitación al ver el par de imponentes piernas de su fémina, sintió algo de vergüenza que la gente lo viera por la calle con piernuda escena, “¡oye, cómo vas a hacer eso, baja las piernas!!!”; pero confiesa después que sí le gustó.

Repasa sus aventuras amatorias, la vez que “un cuero quería un hotel de sábanas y toallas blancas, y yo no tenía de dónde”. Dice resultó yendo a uno por la casa barco en la Marina, “pero igual me la culié”. Cuenta maravillas de ese “cuero”, de su comportamiento sobre sábanas. Y que una vez dejó a una en pleno hotel sin dinero, sabe Dios por qué él tomo esa actitud y luego de eso se desapareció para que semanas después la buscara a la salida de su trabajo y “como todo un caballero la lleve a su casa”, concluyó.

Me cuenta sus mañas de cómo saber si la mujer a la que transporta es soltera, todo con una simple pregunta que pasaría desapercibida en una conversación: “pero su esposo la debe estar esperando en casa”, dice, “no, no tengo marido”, le responden.

Ese es mi taxista de turno; el que me sacó de aquel lugar inseguro, el que me reveló detalles de sus amoríos en veinte minutos de viaje a cambio de once soles de mi bolsillo. Lo que sí sé es que si voy acompañado jamás me lo querré cruzar por el camino.

- Uno hace todo para complacerla.
- Sí, por ejemplo queda verse a las seis y treinta en el Metro de la marina.
- Ah te vas a encontrar con tu cuero. Sí, sí, sí llegamos.

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[ Luta no es la paz de un residente. Luta es la enfermedad de un habitante. Su dulce travesía de puentes con mensajes columpios en los headfones. Luta aún no existe.]

Hoy es domingo: el día más triste y estúpido de la semana. Ese, se compara conmigo. Hace frío, tiritan los pellejos desnudos y debo partir. Darle un paso al vacío. Hoy debe ser mi último día; nunca observé tanta belleza en menos de un centímetro cuadrado, me enamora su color. Avanzo resguardado por un ave. Su volar me encanta, exita. Dulce onánica me vendes el alma sin saber quien soy. Aún no sé y no sabré –espero- jamás. Mi alma está podrida. Me encantó tu abrazo. Alzo. Danzo. Balazo recto al corazón. Nunca sabré que son aquellos cojines transparentes y rechonchos que cuelgan de los talleres de mecánica. Nunca sabré que fue del rostro de la niña que se creyó mujer y voló sola. Aun paso de no saber a donde ir. Si existe realmente el cielo o el infierno, o simplemente después de mi acto no exista nada salvo el silencio o mejor aún el eco triste de una gota de sangre que explota al caer. Yo no conocí el amor pero irónicamente eso me debería matar.

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Veintitrés, la edad perfecta para largarme de aquí. Morir joven y dejar un cuerpo hermoso (relativamente hablando). Maldita sea era muy cierto aquello que no me puedo llevar nada a mi otra vida. Dejo mis discos. Toda la música que compre, la que bajé (y la que no pude descargar). No me llevo de ti una prenda que me recuerde tu nombre, ya que mis ojos serán los primeros en desintegrarse y no te podré ver. No quiero ver. Para salvar mi vida debo acabar con ella, dice el track de un columpio. Me pongo los headfones en la cabeza, alimentaré con música mi salto. Los riffs convierten mis dedos en cuchillas, un toque de garganta puede ser fatal. Pienso en mi acto: una danza de cuchillas afiladas en sesión sangrienta. Me ponen depresivo y cada vez veo con claridad mi deceso: mi cerebro despatarrado en asfalto. Seré una instalación de mi propia muerte. Ya no veré luces irritantes, ni estrellas que rondan mi cabeza.

- Me voy.

- Me voy.

- Ya me voy, me voy.

- Seré un ángel malo y después de esto tendré lentes nuevos de carey.

- Para salvar mi vida debo acabar con ella.

Son poco más de las una y treinta de la madrugada. Estoy sentado en el sofá acompañado de una luz que hace su mejor esfuerzo. Me gusta este silencio de muerto que instiga paz. Hace unos minutos me despojé a duras penas de un afecto en forma de abrazo a mi madre. Yo no quise, fue el corazón (pues debo tener uno).

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Pero a veces soy tan inhumano; merezco la pena más drástica de un Dios furioso e irónicamente salvador, aquel que mi madre reza mañana, tarde y noche.
El desorden de un muladar declarado, adecuadamente sentimental pero sin reconocerlo oficialmente, ese soy: un ser estatuario casi frío; más que los pies de una próxima víctima en invierno a ser atacado por dos justicieros enviados desde el cielo. Hoy mamá me envolvió de amor y yo muy cruzado de brazos.

PARABRISA MATERNO
Me dirijo hacia el baño debiendo pasar por la sala con toda obligación. Lerdamente busco mi cepillo de dientes y procedo con la higiene bucal nocturna. Confirmo un llanto sosegado acompañado de una dilatación nasal. Sentada en el lugar donde estoy ahora, con esa típica bata azul, vistiendo dos tallas extras de pijama blanca que tapiza su grueso cuerpo de madre de más de cincuenta años y con los pies envueltos en pantuflas grises, yo veía a mi madre disimular un llanto con un rezo. Tenía la cabeza hacia abajo como sometida a Dios, y sus brazos y pies como siameses. A oscuras le pido a mamá que vaya a dormir.
- Mamá.
- Hijo.
- Ve a dormir.
- Ya iré, estaré un rato más aquí.
Esa última frase me recordó a mí por un instante. Ella era yo o, talvez, yo era un espectro y mi alma realmente se encontraba dentro de mamá. Me alejé dando unos pasos alrededor. Decidido, prendí una lámpara de luz ingrata. “Entonces te haré compañía hasta que te vallas a dormir”, dije mientras me depositaba en el sillón al lado suyo. Me crucé de piernas y manos en lo que vendría a ser una floja autocaricia de invierno. Mamá estaba triste. Sus fosas nasales delatan mucosidad y son testigos de un llanto que cesó. Me dice que yo vaya a dormir porque ella ya iría, pero no la quiero dejar sola, me preocupa su tristeza, aquella que nunca podré comprender.

Mamá, con la congoja detenida en el alma, se atreve a abrazarme y yo ni me inmuto. Soy un pedazo de carne sin sentimientos; mamá practica un te quiero que nunca escuché. Mis oídos y otros sentidos estaban lejos de aquí; talvez “yo soy un robot”, (que es lo siempre les digo a mis amigos en la oficina al medio día).

“¿Me puedes dar un abrazo?”, preguntó mamá en luctuoso estado. Gélido y torpe, sin saber como actuar, desajusté mis brazos inertes y los deslizo sobre su espalda. Lentamente compartimos un abrazo el cual las entrañas lo identifican como uno ‘real’; todo mientras mi ombligo saluda de cerca a su matriz. Frente a mi, en lo que me permite observar la luz ingrata, hay una pareja que nos imita o bien me enseña la forma correcta de abrazar; es el pequeño cuadro de la virgen María cargada del niño Jesús.

Mamá brevemente se desprende del afecto y pasa a acariciarme únicamente con su brazo izquierdo; ella encarga toda su ternura a su pulgar y este actúa como un parabrisa materno sobre mi hombro. De derecha a Izquierda, de izquierda a derecha va dejando su rastro sobre un pedazo de mi piel. Un beso en la frente disimula su acto. Esquiva su mirada, no me ve. Por un segundo giro mi rostro hacia ella y se atreve en acostar su amarillentoso cabello esponjoso sobre el mío, esponjosamente negrusco.

“¿Estás triste?”, interroga mamá más calmada; “no”, le miento. Si supiera que deseo una danza de ángeles sobre mi cama y que me asciendan hacia ese cielo que reniego por su difícil camino para acceder. Tan sólo soy un humano habitante, muy acostumbrado a los viajes gratis.

Pero yo sé por qué mamá esta triste queriendo ser una Magdalena. Sus roces verbales con mi padre la hieren. La fe que se construye, hoy de noche la consuela. Mamá, a veces, no puede con papá en su estado de terco alcohólico.

LEVADURA PATERNA
Papá llegó pasado la medianoche. Conciente pero ebrio. Unos kilos de fruta con vitamina C no resuelven su estado etílico. Minutos después se mete una ducha con agua fría para ahogar levadura, cebada y lúpulo a la vez. Me llega que en su –disque- Fe cristiana siempre tenga que volver a esto. Ya es patético, y más cuando después de salir de la ducha, intercambia palabras en tonos altos con mi madre. De lejos oía algún reclamo no atendido o alguna ‘sacada en cara’. Es la misma escena absurda del borracho discutiendo por naderías, frusleros reclamos en círculo de nunca acabar. Mamá responde pero poco puede hacer. La industria cervecera, a la que le basta y sobra recomendar con enjutos y palurdos avisos de “tome con moderación”, que esta vez mi padre representa, ha salido ganando en esa pequeña e hiriente -para mamá- discusión casera.

Que se va hacer pues, un ebrio siempre tiene la razón. Jamás pierde sus facultades para llevar una conversación amena y sobre todo respetuosa en un hogar. Papá debe recordar que desde años atrás construye, junto con mamá, un lugar allá arriba gracias a su Fe. No valla ser que su cabaña sea del mismo material de los tres cerditos.

Mi actitud diletante para provocar un afecto me cuesta y más aún con mamá en triste escena. ¿Qué tan importante es darle un abrazo? Algún día podré ser más humano, un ser de fácil contacto en este mundo real, todo antes de que lo pueda lamentar. ¿Conoce usted de algún lugar o taller de una vez por semana de cómo abrir un corazón y aprender a obsequiar un fraterno abrazo? De preferencia después de las siete de la noche que salgo del trabajo. Soy un robot o un pedazo de carne (defínalo usted mismo, pero no tiene otra opción).


Allá en Huánuco nació Goya hace como unos cincuentaidos años. Lleva un punto estrella cerca a labios; un lunar que le adorna el rostro y que me recuerda que algún día la bauticé como ‘La tía lunar’. Goya tiene el cuerpo grueso y a la vez delicado; su piel –como toda huanuqueña- es de tono pálido pero actualmente por efectos de los años y de todo el sol que cae sobre ella, su piel es color caramelo. Siempre se compra cremas y champús para su amarillentoso cabello crespo.

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De niño me veía inerme a sus besos resbaladizos por todo mi rostro; no solo me embestía con sus labios, ella usaba sus dientes contra mis orejas “quiero comer orejitas”, decía tiernamente Goya.

Mamá, cada vez que papá se demoraba más de la cuenta en llegar a la casa, pues mas que una borrachera, una aventura se podría haber gestado; ella me pedía, a mis cinco años, calentar la cama puesto que el invierno era muy salvaje entonces.

Mamá es tan afanosa en todas sus labores, como aquella en que me rediseño una casaca jean y le coció flecos en los brazos para una actuación escolar.

Ya hace como cinco años me cantaba las mañanitas cada cumpleaños.

Mi madre nunca fue materialista. Nunca quiso un regalo especial. Siempre amable a recibir cualquier obsequio dado con amor. Años atrás en un día de la madre mi padre le regaló un horno microondas y se lo dio con mucho amor pero también le dio más trabajo en su situación de cómplice ama de casa.

Goya aún no es abuela, no tienes nietos que cargar, bebes que le babeen los pechos ni pañales que cambiar, solo posee un pendenciero gato negro llamado Salim, al que ella acogió ya haces años; éste se derrite al jugar con aceitunas y está acostumbrado a comer cabezas de pollo. Sola en casa, su única compañía vendría a ser Salim, quien todas las mañanas con el pretexto de una cabeza de pollo, pasa rasante e inquieta sus piernas con la cola, entonces mamá se enfrasca en un soliloquio frente al felino y dice:

- Todavía no voy al mercado

- Aunque te vuelvas cariñoso, aún así no te voy a dar.

- ¡Bájate!

- ¿Qué me sobas? No hay nada de cabeza.

- ¡Caramba, todavía no hay! Tengo que ir al mercado.

- ¡Mira tu cara! ¿Qué es eso? Pareces un pandillero todo chaveteado.


Mamá me abraza el alma; se aprovecha, pues, yo le comenté que estaba aprendiendo a abrazar, que recibía clases de cómo hacerlo y no morir en el intento. Cada vez que llego de muy noche me escapo de un abrazo materno, lastimo su orgullo de madre y me gano un lugar en el infierno. Nunca le regalé una de mis tarjetas amarillas de ‘Válido por un abrazo’.

Una vez tuve un sueño en que mamá se murió. Impotente y angustiado me desperté aún llorando, ya algunas lágrimas viajaban por mi rostro. Valla que si tuve lágrimas.

Pocas veces ella con un palo de escoba o un san martín en la mano y con el pretexto de “te voy a sacar la quinta maña”, me correteaba por la toda la casa por una mala nota o una travesura infantil, sin un cuerpo atlético me llegaba a alcanzar.

Mi poco amor es responsabilidad de mi madre; no reniego de lo escaso sino que celebro que en mi exista dicho sentimiento que ella fabrica exclusivamente para mi. Exceso de amor es lo que ella sabe dar a sus hijos y también al que por un rayo de sangre –como si de la misma asunción de un pre infante se tratase- fue impedido de ver la luz a travez de mi madre. Ya no quiero hablar de eso porque es muy triste pero es de hombres recordarlo e incrementar el respeto.

Para su cumpleaños número cincuenta me tocó el turno de improvisar unas palabras frente a todos los invitados; más que hablar con el corazón lo hice con el cerebro o mejor aún con toda la memoria en mis manos, pues no recuerdo mis frases que hizo llorar a mamá. La misma actitud llorosa cuando terminó de leer unos poemas míos escritos sobre una hoja cuadriculada de un cuaderno de secundaria; escribía tan mal de niño cuando soñaba ser poeta, pero eso no le importó a mamá.

¿Qué va ser de mi cuando te vallas? Seré un remedo, un desastre; quien sabe mi escaso amor termine por extinguirse y nunca encuentre más el amor ni en las esquinas de piernas frías.

Mamá lleva el exceso de humanidad y Dios no la castiga por eso, es mas, Dios está de su lado (o al menos eso me hace entender). Fielmente religiosa, católica hasta los huesos como un hincha de fútbol. Con devoción toma la misma ruta los domingos para ir a misa, y con la misma virtud la emprende rumbo al mercado: hace las compras para un almuerzo que casi nunca es familiar. Los miércoles asiste junto con papá a un grupo de oración de matrimonios, un lugar repleto de parejas cincuentonas decididas a no volver a pecar –algunas- de las mismas cosas que yo ahora en mi juventud. Me declaro culpable de todo lo que se me imputa: tardanzas, flojeras, odio, amor, seducción, rapto y ternura; pero vamos, este post no debe hablar de mis descocadas ‘cualidades’ juveniles, debe hablar de mamá la que de memoria se aprendió los gustos de ropa, música y comidas de todos sus hijos.

Yo no podría cambiar a mamá por otra, en realidad eso es tonto; nadie podría cambiar a su madre por otra. Ella me enseña ternuras a brindar mientras que yo esas ternuras y todas las artes también las aprendo a mi modo.

Mamá inmortal, tú nunca deberás morir, yo lo haré primero: doy la vida por ti. Si tan solo me enseñaras una nueva lección de ternura y a no morir jamás como tú.


La calle se muestra oscura a travez de las ventanas y gracias a la alineación cuadrada de los fluorescentes se refleja toda la oficina en ella. Estoy solo y observo en mi monitor que ya son casi las 20:00hrs. No hay tiempo para esperar las ganas a que el computador se apague y solo atino a presionar el botón de encendido del monitor. Es tarde y llevo mucha prisa. Ya en la calle busco un taxi disponible en la Avenida Canadá, y después de regatearle a varios taxistas hago trato con un tipo de base cuatro que lleva lentes y se le nota el cuero cabelludo. “Ya, vamos”. Mi cita con Cenid está por empezar.

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Llegué tarde pero Cenid aún no salía de la universidad; ella no notaría mi tardanza. La espero al pie de ‘cassettes’ que es tan solo un puente que lleva, entre otros, un graffiti del esqueleto de un extraterrestre, y, claro, un cassette. Observo que está por salir una chica con el cabello revuelto; una ensalada de cables que únicamente le puede pertenecer a Cenid. Con un beso endeble en la mejilla empezamos nuestro contacto.

Estoy con Cenid y mientras damos pasos confieso que siento algo que podría ser alegría de volverla a ver pues hace siete días que no la tenía de cerca. La última vez que llegué a su universidad fuimos a comprar unos dulces en ‘La casa del alfajor’ ¡Protesto! debería llamarse ‘El quiosco del alfajor’; luego tuve que regresar al trabajo como a las 21:00hrs pues me llamó ‘La jefa’ y me pedía terminar con un pendiente.


EN GABY LA VIDA ES MAS SABROSA
Cenid está extraña, muy cerrada, ni risueña, ni vulnerable; pienso que le aburre mi presencia, o mejor aún, ella, con toda soltura, diría “me llega”, que es su frase –relativamente favorita debo decir- con la que podría referirse a la cita. Está distraída, alborotada, tiene sus propios roces internos y explota en silencio. Cenid tienes las palabras exactas para mi, tan solo me da un “ya” a todo. Talvez yo soy un mal anfitrión; dudo si fue buena idea vernos después de sus clases.

Le propongo ir a Tortas Gaby “no, hoy no quiero Gaby”, respondió mientras avanzamos con rumbo desconocido. Todos esos pasos nos llevan a las afueras de un supermercado. “Tenemos que ir a ver Edipo Rey”, me propone ella y agrega que su contenido lleva incesto, “wao”.

De algún modo aceptó ir a Gaby, y pensé en como diablos poder romper ese hielo que no sé de dónde apareció. Entramos a Gaby, el tipo de seguridad nos abrió la puerta de vidrio. Frente al mostrador no sabe que elegir y solicita la ayuda de la señorita de la pastelería pero nadie se percata de ella. Su ligero tamaño no es pretexto para que no la puedan ver. Yo siempre la observo y empiezo desde sus pequeños piés desnudos tripulantes de sandalias; se aprecian sus uñas cortas sin pintar y ahí su piel aún no es de ese marrón que siempre dice ser. Prosigo por aquel remangado pantalón jean de Kidsmadehere; mis ojos detenidos en sus cortas –y muy blandas- piernas; lo siguiente es una chompa que dificulta la expresión a su escote heroicamente atrevido; y sus cabellos que brotan como cables de cobre, es un enredo pajoso capilar. Cenid hoy no se vistió de amarillo y no dudo que el invierno la detenga, pues si hay cielo gris ella lo pinta de amarillo y sonríe su sonrisa. No queda de otra: ella es una futura artista. Así estaba Cenid, delante del mostrador, pidiendo algo atención; yo la ayudo en su causa pero con un “yo la llamo” me detuvo como queriendo que únicamente me afane en pagar la cuenta. En la orden figura su nombre en diminutivo, se lo entrego a la cajera y pago con tarjeta. “¿Para llevar o para comer acá?”, le preguntan, ella responde “para comer aquí”. La bandeja lleva un gozoso y enjuto queque lleno de calorías y dos tenedores de plástico: ella y yo comeríamos del mismo plato.
No tenemos mucho que decir salvo conversaciones sin sentido y palabras como “favela” al cual yo identifiqué “son los barrios pobres del Brasil” y le añado la existencia de la película ‘Ciudad de Dios’.

Terminamos nuestro pastel y dejamos el chantillí en situación casi intacta. La reto a que pueda realizar una composición con los sobrantes; la ayudo tomando las servilletas y ella, la boleta de pago. Esparcimos los pedazos por el plato y le añadió por encima una bolsa de plástico para que finja de capa, “es un muladar”, sentenció.


REGALAME LA FILOSOFIA DE LA A
Salimos de la pastelería practicando disforzadas y confusas sonrisas para volver a caer en silencio. La maldición de ser un fracaso de anfitrión vuelve otra vez. Cruzamos un parque de diversiones y nuevamente no sabemos a donde ir. Recurro a mi plan de la mañana que nació hace dos semanas después de comer unos postres, cuando le prometí un libro y ella aceptó.

Unas horas atrás, poco después del medio día, llamé a Librerías Crisol.
- Hola, quiero hacerte la consulta del stock de un libro.
- Claro, dime.
- ‘Mi Filosofía de la A...’
- De Andy Warhol.
- Sí, ese.
- Dame un segundo, no cuelgues.
Luego volvió al teléfono “solo me queda uno”, me dio el precio, la editorial y me preguntó si lo quería separar “claro”, acepté de inmediato y le di mi nombre. Entonces el libro era un 50% mío –bueno en realidad de ella-.
Mi plan era llegar a las 19:30hrs, pagar por el libro y mencionarles que iría una señorita a recogerlo; yo la llevaría a Crisol y convencería a Cenid que diera su nombre en caja y ‘Oh sorpresa’ tendría su tan ansiado libro ‘Mi Filosofía de A a B y de B a A’ de Andy Warhol. Ella estaría sorprendida, se alegraría y daría saltitos de emoción.

Crisol de San Miguel es una librería muy espaciosa y nada incómoda en su transitar. Sus paredes son libros apilados en estantes. Antes de dar tu primer paso tienes a alguien que te da la bienvenida (aquella vez se le pasó).
Cenid y yo somos celebridades de incógnito, nos disfrazamos de seres ordinarios: una espacial y un terrenal, una caribeña y un esquimal, respectivamente.
Entramos a la librería y de algún modo la sorprendería con el regalo. Nos dirigimos al estante donde debería estar el libro de Warhol, ella lo buscó sin éxito “ya se lo llevaron”, concluyó. La consuelo y le doy esperanzas “tengo poderes y lo puedo hacer aparecer”, vaticiné, pero ella no me cree, luego finge y me dice que “sí”.

Yo sigo el juego recién aprendido mientras se oye por los parlantes de la librería un mp3 que a Cenid y a mi nos gustó. Aquel ritmo me suena conocido pero no identifico la banda; no, no es Cut City, no suena tan bueno como ellos. Aquel ritmo es muy bien asimilado por nuestros cuerpos “¿cómo se llama esa banda?” me interrogó por segunda vez “ven, preguntemos”, le dije. Me acerco con ella a uno de estos tipos de polo azul “hola, dos cosas: llamé por la tarde para separar un libro de Warhol y la otra ¿me puedes decir qué banda es la que suena?”. Ella quedó sorprendida, no pensó lo de Warhol. Volvió el tipo con el libro y se lo alcancé a Cenid y continuación me lo agradecería “no, esto tiene que estar para cuando yo venga”.

(...)

No entendía la figura, no sabía lo que acababa de ocurrir delante de mí. Cenid no aceptó el regalo que le estaba haciendo. No se dejó obsequiar ‘Mi Filosofía de A a B y de B a A’ de Andy Warhol. Yo no entendía la lógica, es el libro que yo le dije que le regalaría en esta quincena y es el mismo libro que menciona en uno de sus mensajes de texto “regálame la filosofía de la A”. Todo lo preciso me destruye y la maldita lógica me conmueve, hasta ese momento dudaba si 2+2 era 4. ¿Qué diablos sucedía con ella en la librería? No lo sabía. Ella no apreció el libro; ok está bien, pero frustró mi deseo de complacerla. En conclusión: me brindó una lección de no ofrecer cosas que, digamos, fácilmente puedas dar. Complícate un poco.

Después del shock cerebral no insistí más y me propuse no abandonar -externamente herido- la librería: saldría con un libro de Crisol sí o sí. Ubiqué ‘Miramientos’ de Javier Marías, que gracias a una de nuestras anteriores visitas, sabía en que estante ubicarlo. Cenid se acercó a mi para ver lo que hacía. De todas maneras me sacaría el clavo de la ‘fucking’ Filosofía.
En mi mano ‘Miramientos’ de Javier Marías y ‘Mi Filosofía de A a B y de B a A’ de Andy Warhol; era mi libro contra el libro de ella. Cenid atrás mío me sigue observando. Le digo a la cajera que solo me llevo el de Javier Marías y el libro del maricón de Warhol, no –claro, no con esas palabras-.
Mi desgracia no se saldrá con la suya y seré yo quien eleve la frente al salir de Crisol. Significa que tendría ‘Miramientos’ en mis manos para consumirlo letra por letra, aprendería de frases visceralmente descriptivas de Javier Marías con la que desnuda a sus célebres personajes; luego me vengaría y realizaría un perfil humanamente delicioso, bello, candoroso, y severamente tierno a una foto que tengo de Cenid.
La cajera recibe mi tarjeta y pide que digite mi clave, aparece un voucher y ella lo descarta; por segunda vez me pide repetir el mismo procedimiento pero sobre otro aparato, “el banco no responde”, me dice, leo en el voucher “Recibo Inválido”. Es todo, lo que no hizo Cenid lo hizo un pedazo de papel térmico; al menos fallecí alrededor de libros: una muerte culta y elegante. Que Warhol y Marías se vayan al mismo agujero, ya no quiero nada.

Simplemente no era el día para comprar libros. Antes de abandonar la librería, Cenid tiene en manos un papel que dice “The Rifles”, es el nombre de la banda que oíamos al llegar. Cenid fue la única que salió ganando.


EL TAXI SILENCIOSO
Caminamos distantes. No es nuestro día o por lo menos, no el mío. “Ven, tomemos un taxi para dejarte en casa”, ella como siempre “ya”.
Abordaremos un taxi, le abro la puerta para que ingrese, ella sube y saluda a nuestro taxista de turno “buenas noches”.
No nos fue bien, no era nuestro día. Talvez el destino trató de advertirnos que esto llegaría a pasar.
En el taxi Cenid está a un extremo y yo al otro. Ni rastro de aquellos viajes cuando declaramos como nuestro los asientos de atrás; alguien nos robó el calor, la saliva y el tacto.

Charlamos tan poco que di por perdido toda forma de comunicación. Largos minutos en silencio recordando la escena del libro que me acababa de negar, pensando que de todos modos si lo compraba, al pagar con tarjeta y digitar mi clave, la cajera me diría siempre “el banco no responde”.

El duro girar de las llantas parece ser muy buen hablador. “Veo un modulart”, me confiesa señalando con su dedo el techo afranelado del taxi, le digo que no veo nada, “es que desde aquí no se puede ver”, musita mientras se acuesta por tiempo limitado en mi hombro.

Si ‘Mi Filosofía de A a B y de B a A’ era la primera sorpresa, yo tenía otra en mente pero que no me atreví a concluir. Ese día le devolvería el ‘móvil blood’ totalmente cargado; y practico un juego que hace unos días nos dio buen resultado: una charada, con la que le haría recordar. Tan pronto como empecé, ella adivinó de que se trataba “el celular”, dijo victoriosa.
Preparé un SMS para cuando encendiera el ‘móvil blood’ leyera un mensaje que reemplazaría mis palabras hacía ella; yo no podría decirlo con la facilidad de un político orador y la habilidad de un avispado timador. Enviarle un mensaje de texto era una buena idea pero nada rentable.

Mensajes de Texto / Borrador / A Cenid:
“No voltees. Te extrañé, sí; mucho o poco, que importa. Tu color caribeño en contraste con mi piel. Debo estar temblando tras de ti. Gracias por dejarme ver tu espalda. Voltea, recuerda, somos unos chaperos”.


De vuelta a nuestras esquinas en aquel taxi, increíblemente ella estaba durmiente y no lo podía creer, no la culpo, el cansancio post clase universitaria la consumió (nótese que la culpa del aburrimiento se la cedo a sus clases). Cenid respira tan despacito como si poco aire nos quedara dentro del vehículo, y me contagia su soñar. Aprovechando su estado, coloco el ‘móvil blood’ en su bolso sin que ella se percate. Luego despierta “¿qué es esto?”, preguntó, “ya no lo quiero, dije que ya no me llamen a ese numero”, manifestó con ternura decidiendo conservar la tapa posterior del ‘móvil blood’como recuerdo.


EL ULTIMO ACTO
Ya en la esquina, apunto de despedirnos y dejarla ir a casa, mientras hablábamos de una biografía que escribí sobre mi, nos dimos unos minutos extras; talvez nos percatamos de lo accidentado y poco comunicativo del día, nos tomamos un respiro mutuo: retrocedimos y dimos unas vueltas a la calle.
Tomó la decisión de no volver -o por lo menos hasta nuevo aviso- a Tortas Gaby, como adivinando uno de los puntos flojos de la noche, “ya usamos a Gaby, ya no más”, amenazó en cumplir.

Llegamos al parque cercano a su casa y divisamos un acopio de pasto seco, ella lo pisa para saber si aguantaría su peso “oh sí”, dice muy alegre y boquiabierta. Mi sueño era terminar despatarrados sobre aquel pasto seco como dos infantes drogados por la azúcar, era, pues, la mejor idea a la vista.
Ella se sienta al filo de la vereda, talvez debí sentarme a su lado pero la siento floja, abatida, “hoy estoy perezosa”, se excusa.
Mira el cielo y me cuenta de sus miedos, compara el cielo con el mar: se puede ahogar; no sabe que yo estoy para cuidarla.
Le conté lo que leí acerca de New Order: de su separación oficial hace 2 años y que Peter Hook vendría a Lima como Dj. “Yo no sé mucho de New Order, solo me gusta Temptation”, señaló.

Y otra vez me menciona a ese cabrón que le cuenta historias en clase y que ahora viene con el cuento que los discos deben escucharse de principio a fin para poder entender todo lo que encierra, pone como ejemplo a Pink Floyd. Acordé con esa idea, y es lo que yo hago con bandas nuevas. Le puse un ejemplo sencillo a Cenid con el disco Dynamo de Soda Stereo: el final de la canción ‘En remolinos’ es el inicio del tema `Primavera 0’.

Ella sentada sobre concreto y yo de pié a un metro de distancia, no dudé en que ese momento era el mejor de la noche; y como buen momento, era mejor despedirnos en ese instante.
Avanzamos hasta detenernos en la esquina a tan pocos pasos de su casa, era demasiado atrevimiento. Cenid saca la cabeza y divisa si hay alguien que nos pueda ver. Tenemos luz verde para nuestros últimos minutos. Me da varios consejos antes de irse: “no mientas”, es uno de ellos, y los demás los olvidé por concentrarme en su rostro para que algo me quede en la imaginación por el resto de la noche.


La última escena fue un tributo, casi una práctica ceremoniosa de un verdadero adiós anticipado. Sin tantas palabras, los gestos y actitudes se perciben como póstumos. La luna nunca se escondió y brilló tanto sobre nuestras cabezas, tantas veces luminosos pero ninguna como aquella; las nubes juegan a esconderse y otras bogan, confusas y en sentido contrario, en busca del sol; el aire es frío, sí, pero tentador para un abrazo caluroso; las paredes de la iglesia crecieron enriscadas y nos cubren de efectos madre; Dios de un resfriado desapareció por unos segundos a todo ser humano alrededor. Cenid brilla tanto como mi veto de cinco estrellas. Cenid y su cabellera de medusa que parece salido de un film etéreo de Lynch. Bañada de luna, Cenid tiene el rostro asepiado y ojos de cine mudo.

Alguien presiona un ‘pause’ que nos deja flotando sobre lo real. Si hay algo que debía decir lo diría ya, pero ella me anticipó.
- Fin.
- The end of the world, repliqué.
Pensando en cuando nos volveríamos a ver e intentar nuevos roces que renueven nuestras anónimas –y artísticas- escapatorias, Cenid usó sus labios para despedirse sin fecha de retorno.

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001.- New Order "Temptation". Ella también se viste de amarillo para danzar.



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