Se supone que debería contagiarme del amarillo o de cualquier color cálido, o siquiera de alguna anemia que te deja pálida la piel. Ponerme por última vez uno de esos ridículos y risorios lentes con marco del 2009, pues ya para el 2010 sería un poco más complicado poder fabricarlos. Hoy quiero tener un sombrerito de tecnopor que calce mi cabeza, remolinos de serpentina amarilla en mi ropa y una cornetita chillona para hacerme notar en el año nuevo.

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Que este año nuevo me coja desprevenido, que me asusten los silbadores, las ratas blancas, las mama ratas y cuanta torta se manifieste a la media noche de hoy. No tengo cábala alguna para esperar la media noche y los primeros instantes del año nueve. No tengo un muñeco de tela ni mucho menos un mueble que mamá dé de baja, o alguna llanta de auto para ponerlo en sacrificio por la llegada del 2009. Mi cuerpo de relajado no podría salir ni con las maletas en mano y mucho menos dar vueltas al barrio olímpicamente. Eso de las cábalas de fin de año no va conmigo.

Alguna vez en mi estado de párvulo imité a mi familia comer las uvas en un año nuevo: me hallé debajo de la mesa engullendo cada uvita y pidiendo al año venidero que la bella Giuliana (una de esas niñas que de un grado al otro no te explicas cómo diablos se vuelven bonitas), se enamorara de mí. Eran los tiempos del colegio primario y ella era la más mona de la sección. Hasta que en una aburrida reunión de padres de familia, algunos alumnos nos quedamos afuera del aula para celebrar pequeñas travesuras, pero al rato se hizo de noche y Giulianita había desaparecido. Yo la busqué en los salones y en el otro patio del colegio, nadie sabía de ella. Luego decidí buscarla en el baño de mujeres; estaba cerrado pero dentro se escuchaban murmullos. Subo al lavamanos y la veo por la ventana superior ‘chapando’ con un niño de apellido León. De nada me sirvió tragarme las doce uvas ese año. Ni más.

“Mamá tengo zapatos viejos que no voy a usar, ¿los boto?”, pronunció hoy mi hermana Myla. Ella siempre deshaciéndose de cosas que ya perdieron valor.

Hoy al medio día hicimos un brindis en el trabajo con los chicos del área. Mi súper taza contenía rastros del vino de la noche anterior así que improvisé una botella de San Luis. Abrimos un champagne y brindé con Cristian, Mathew y José Antonio. El champagne que hurtamos es de nuestro espontáneo almacén y cuyo brindis fue en nombre de la buena prosperidad hacia la empresa. Están avisados.

Se acaba. Chau 2008, pero no te lleves mis malos o bien intencionados recuerdos; yo los necesito para poder hacer mi propia historia, el de la vida.

Hola 2009.

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001.- Foto de camaradería en el área. Para brindar todo vale (hasta una botella de plástico).


002.- Mi último post del año. Aquí, desde mi lugar, elevo mis afectos amarillos de año nuevo para cualquiera que desee hacerlos suyos. Como fin de temporada, cierro con Los Fabulosos Cadillacs haciendo cover del track “Wake up and make love with me” de Ian Dury. Color amarillo que tengan su brillo, que lluevan estrellas y que flote el amor.

Soy un Grinch, el Grinch de la Navidad, pero en mi caso un Grinch algo fofo, medio tembleque, muy perezoso y de poca carne. Siempre en Diciembre he sido un Grinch y aún así guárdenme un regalo. Sí, llegó la Navidad y mi flojo cuerpo, cual futbolista de Copa Perú, driblea la ternura que se chorrea en esta parte del mes. El entusiasmo navideño ya hace buen rato que dejó de hacer mella en mí. Soy inmune a Papá Noel, Mamá Noela, a los duendes y cada reno que no me acuerdo ni cómo se llaman.

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Aquí en casa el nacimiento que mamá instaló en la sala es el mejor lugar para que Ele, mi nuevo gato, pueda desperezarse a lado de los pastorcitos de porcelana. Ele es el diminutivo de Elefante, su nombre verdadero, y es el reemplazo de Salim, mi anterior gato cuyo paradero es actualmente desconocido. Talvez Papá Noel quiera hacerme el favorcito de encontrármelo.

ESTA BONITO PERO NO
De niño siempre fui muy cortés al momento de recibir mis regalos, con un “gracias” o “está bonito” zanjaba la ceremonia del obsequio. En realidad me llegaba ser un niño educadito al responder siempre con esa elegancia engañosa. Hasta que un día decidí hacer lo contrario: alguna vez mi madrina, una mujer con velloso lunar tridimensional, encargó a su hijo (que por esos años era, creo, mi mejor amigo) darme mi obsequio de Navidad. Éste se presentó a mi casa con el obsequio, yo automáticamente abrí el paquete “Oh gracias… está bonito… mmm… el color esta chévere, pero el estampado como que no me gusta”. Mi hermano que andaba cerca escuchó la asnada que había dicho y me tiró dedo con mamá y ella castigó mi libertad de expresión.

EL TODINNITO
En alguna cena navideña habitaba silencioso al centro de la mesa un panetón Todinno y, claro, venía con su primogénito, el popular, Todinnito. La familia acordó que esa noche yo debería comer el Todinnito, pasaron las horas y nunca llegó ese momento: el Todinnito quedó intacto para comérmelo a la mañana siguiente, pero aquello no sucedió. La historia dice que mi hermano mayor retornaba a casa en la madrugada de aquel 25 después de visitar a sus amigos de colegio, y dice también que tuvo hambre y se embutió el Todinnito (mi Todinnito). En la mañana encontré la escena del crimen aún intacta. La criollada de mi hermano hizo partir un pedazo del Todinno e insertarlo en la caja del Todinnito. La cosa no quedó ahí, si no que falsificaron una dedicatoria firmada por Jessenia, una compañerita de la primaria que -dicen- me gustaba mucho.

YO PAVO
Ya es navidad y el animal más solicitado por los dientes peruanos es el pavo. El lechón y la gallina tampoco se me escapan, pero con ellos no es la cosa. Es jodido ser pavo en Diciembre, pero más jodido es que te vean la cara de pavo por todo lo que te harán gastar esta navidad.

En casa abundan los vales de pavo. Mamá fue a una de esas paviferias en la víspera y por la noche comimos harto pavo. En la mañana del 25 el desayuno consistió también en pavo, mamá sirvió su oscuro chocolate y unas tajadas de panetón adornaron la mesa. Al mediodía es muy probable que la maldita ave que yace dorada y fríamente occisa en el refrigerador, haga un salto aún después de muerta a la sartén de teflón. Sí, al mediodía también habrá pavo. Para el día 26 el contenido de mi taper al trabajo ya será muy obvio.

Ayer en la combi al regresar a casa por la noche, el cobrador me hizo sentir infeliz al momento de pagar con sencillo.
- ¿Qué, tú no sabes respetar?
- (…)
- ¡¡¡Setenta céntimos!!!
- (…)
- O sea que hoy tú comes pavo y yo pan.
El desaliñado cobrador humilló mis ripios en mi trayecto de cuatro cuadras. Y es por eso que con más ganas comí pavo el día de hoy.

PAPA NOEL LIVE LIMA 2008
Papá Noel estuvo en Lima. Sí, increíble. Lo más increíble es que siempre lo trae Coca Cola y con un juguete casi maltrecho lo podíamos ir a ver al Parque de La Reserva. Pero Santa aún no se ha ido, no. El día de ayer subió al mismo bus que yo. Se trataba de un rosado señor muy enorme y rechoncho, de barba y cabellera muy blanca, vestía polo piqué verde limón y el calor limeño lo hacía transpirar. Yo diría que era el mismísimo Papá Noel pero vestido de civil. De algún modo nunca creí en el tipo gordo que se cola por la chimenea. A propósito del calor limeño: no jodas Papá Noel en tanto sol y siempre te vistes así de abrigado, ¿qué y tu uniforme de verano dónde demonios está? Ni te asomes a mi casa, no te molestes en dejarme un regalo. Hace tiempo que te pedí renovar mis videojuegos pues ya todos mis amigos tienen Play Station 3 y yo me he quedado en el Super Nintendo. No jodas Papá Noel no vengas a mi casa esta navidad.

Estoy sentado en una de las esquinas de la oficina. Ya son casi las trece horas del día y mis compañeros empiezan con aquel ritual térmico de calentar sus almuerzos transportables. María, la mujer de nadie, esa fémina de poca grasa perteneciente a contabilidad, recluta a mis tres compañeros -previa calentada de tapers- y se van a almorzar a la calle. Yo esta vez almorzaré en el comedor-cocina-sala de entrevistas-sala de conferencias-salón de reuniones de la empresa. Subiré con valentía sobrante que solo poseen los sentenciados que van rumbo al patíbulo. Ya se acerca la hora y dentro de mi morral tengo mi almuerzo compactado en un taper de 24 onzas made in China dispuesto a ser calentado y digerido.

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Ya hace un buen tiempo atrás que he decidido llevar el almuerzo al trabajo. Siempre me resistí llevar el taper pues me gusta la libertad de no traer nada encima más que los headphones o un libro. Ahora todo es distinto: los descuentos cada quincena por la adquisición de una notebook me obligan a que de lunes a viernes cargue el envase plástico. Pero antes de mi heroico acto gastronómico, antes de trasladar la comida de casa al trabajo, cada vez que daban las dos de la tarde me dirigía al restaurante cruzando la avenida Palermo. Yo, junto con un conglomerado de comensales hambrientos nos disputábamos un asiento y rogábamos que a nuestra ensalada no le nazcan patas. Fiel asistente al restaurante de “la tía poco”.

LA HORA DEL ALMUERCITO
Entonces subo a paso firme al comedor. Aquí no sólo danzan los tapers, sino también las sillas de plástico que son arrastradas hacia la mesa.
Pronto este lugar empieza a llenarse de empleados y claro, también de tapers. A un costado del horno microondas se estacionan los recipientes de plástico en sus múltiples tamaños y colores, la cola avanza cada minuto y medio. De pronto ya es turno para calentar mi taper; hoy mi almuerzo consiste en brócoli, arroz y una pierna de pollo. Al rato un “tu tu tu tu tuuuu” avisa que mi almuerzo está listo. El “tu tu tu tu tuuuu” del microondas es una suerte de llanto o de un berrinche tecnológico quejándose por los sabores del apio, la beterraga o el kión del almuerzo de algún empleado hambriento (o quien sabe se queja por el brócoli que atreví a ponerle).

Una escuálida señora que responde al nombre de Pilar, ubica sobre la mesa una botella gorda con ají adentro. La mesa blanca del comedor está siendo poco a poco reservada con algunos tenedores envueltos en servilletas. Tomo distancia de algunos cabecillas, de esos con los que puedes salir perdiendo, y silenciosamente usurpo un lugar en la mesa y almuerzo a la defensiva. No debo olvidar que soy el novato de aquel comedero. Todo ahí me resulta desconocido.

Un caballero rechoncho y muy grueso es nuestro anfitrión en la mesa. Se trata de Chamochumbi o simplemente ‘Chamo’, un tipo cincuentón de estatura pequeña pero grande por los costados. Chamo tiene la cabellera corta, los ojos y pestañas a la de una mujer; pantaloncillos bien planchados y excesivamente arriba (él, al igual que mi padre, tiene un problema para ubicar su cintura), la vasta se impone y lamen su calzado siempre brilloso. Chamo no trae taper, es de comprar su comida y traerla al comedor; él nunca puede faltar, es nuestro anfitrión.

El tema de conversación en la mesa es un repertorio variado: Magaly Medina, Luciana y su padre Rómulo León. Mientras saboreo mi almuerzo pienso que los temas de conversación sobre una mesa nacen como pretexto para disimular los sonidillos desvergonzados como el de un hueso de pollo siendo triturado, el de un “juishhh” al succionar la sopa, o para encubrir algún aire extraviado pues creo era lunes y tocaba menestras.
- Luciana es inocente, dijo la señora Pilar.
- Luciana es un costillón, corrigió Chamo.
Luego la señora Pilar arremete sin piedad contra el rostro de Rómulo León y explica el por qué del mujerón que tenía al lado.
- La Miss Perú está por la plata, no por la cara de él. ¡Qué tienen caracho! ¡No entienden!, renegó la señora.
- ¿Usted me está diciendo que la mujer es interesada?, preguntó Chamo.
- Tú tienes que ser un cajero si quieres estar con una Miss Perú. Un cajero automático necesitamos las mujeres.
- Tú confirmas la teoría que el hombre es el cajero automático de la mujer, exclamó Chamo.
- Tiene que ser el cajero automático, sino no sirven para nada, sentenció Pilar.
- ¡Por eso las atropellan carijo!

Mientras tanto a ras de mesa los tenedores escarban en los tapers y yo pincho el último pedazo de brócoli para escapar cuanto antes de esa mesa del mal. Tendría que actuar rápido y despedirme educadamente sin importar que me escuchen o no. “Permiso”, pronuncio silenciosamente y me levanto sin despertar sospecha alguna, retrocedo mi silla sosteniendo mi taper en la mano; aquel envase plástico made in China es casi alzado por los cielos como si se tratase de un trofeo por salir invicto de aquella mesa. “El chico se va asustado; no te asustes hijo, que te pasen un cuy”, vociferó el grumoso señor ojos de mujer. Todos soltaron risas –quiero creer- como haciendo la digestión. Yo conservaba aún el tenedor en la mano, talvez nadie se daría cuenta si lo empalo como a carne.

Con aquella amenaza mental de empalarme a Chamo terminó un día de almuerzo colectivo en el comedor-cocina-sala de entrevistas-sala de conferencias-salón de reuniones de la empresa. Mañana también llevaré almuerzo y también seguro llevaré brócoli (porque mamá dice que es la verdura que está de moda). Mañana nuevamente le diré mama: Mamá quiero taper.

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001.- ¡¡¡TE INVITO A MI FIESTA!!! Este sábado 20, sábado 20... Se cumple el primer aniversario de Teleaparato. No, no habrá fiesta.



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