Este post ya no comenzará con la frase que originalmente había empezado, que decía “Tan sólo falta una semana para mi cumpleaños y aún no siento lo irritable que es ese día”. Ahora debería aclarar que tan sólo falta unas cuantas horas y sigo sin saborear lo irritable.

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Cuando te dije que nunca me gustó mi cumpleaños no miento y tampoco exagero. Los veinticuatro de marzo son días que muy gustoso le sigo diciendo a Dios se puede saltear. ¡Vamos Dios esta vez no puedes fallar! Ya falta poquito.
Entonces vale mencionar en las siguientes líneas como fue mi último cumpleaños: la pasé sin hacer cosas trascendentes. Recuerdo que un día antes, alrededor de las tres de la madrugada me llamaron al celular desde un teléfono público dos veces. ¿Quién diablos puede llamarte a esa hora? Talvez fue algún amigo ‘araocino’ que esperaría le conteste para que luego el, con la voz de un perfecto ebrio en estado de maduración y fermentación, balbuceara algo parecido a la siguiente frase “floro, hip! dile a tu mamá qué te de permiso pues hiiip!. Chaufa” o la voz poco masculina de un compañero de clase que cuando se embriaga a todos dice “Papi ¿Tú que haces ahí? Te la pierdes, estoy con la gente. Chau Triste”. No tuve noticias de esa llamada perdida tan misteriosa; simplemente fue una simple llamada de número equivocado y lo tomé como caso cerrado, pero ahora unos meses atrás supe la verdad. Te prohibieron el ingreso pues una falta cometiste y no te dejaron cruzar la puerta; de castigo tuviste que pernoctar en el lugar más seguro que lograras encontrar a esa hora de la madrugada: sobre un mototaxi en una comisaría. Sólo querías invitarme a un concierto.

No se repitió la fiesta de los cumpleaños de una sola torta. El veintitrés es cumpleaños del padre de un buen amigo mío: el señor Fidel. Recuerdo que una vez fui a saludarlo por invitación de su hija, Jet. Hicieron una pequeña reunión para unas cinco personas. A punto de dar las doce de la noche prendieron la velitas a la torta y empezaron a cantarle el tradicional ‘Happy Birthay’. Sopló Fidel y ya eran los primeros instantes del día veinticuatro, entonces prendieron nuevamente la velita en forma de interrogación y posaron cerca de mi la torta. Otra vez el ‘Happy Birthay’ pero cantado esta vez para mi solito. Por estos días siempre me detengo a recordar las palmas que disimulan sus risas, el olor a velas de cumpleaños, el muy escaso papel de regalo, las bromas del cuñado que siempre están fuera de contexto y que fácilmente son porque escondía su verdadera sexualidad. Gracias chicos.

Volviendo a mis días de veinticuatro, hace un año salí solo de noche a dar unas vueltas por Lince. Pensaba en ingresar a una de esas discotecas, talvez me juntaría con toda esa gente ‘dark’ y conocería a alguien, miento. Caminando con los audífonos puestos, cantando algunas canciones casi en silencio, seguía mi ruta a pie por la avenida arequipa. No llegué a entrar a ningún lugar. Triste por sentirme con aires de cumpleaños, emprendí el camino de regreso. Aún no sé qué es lo que espero de un día como ese.
Llegué a casa. No quise entrar, jamás quise entrar. Mi decadencia prematura me hizo un disidente de mi propio cumpleaños. No miento cuando te digo que alejé a mi padre con una miserable grosería para que me dejara tranquilo y poder seguir sentado al filo de la vereda observando el jardín inmaculado de Goya (mi madre). Quería estar solo. Siempre llegaba a las tristezas fácilmente y aquel día fue más fácil hacerlo. No me toque los ojos, no supe si lloré. Fueron varios minutos ahí sentado escuchando cualquier canción por los audífonos. Quería irme lejos y no tuve coraje para decidirlo. ¿Pero qué es lo que atrae ese sinsabor? Cuando muera, porque algún día sucederá, verán mi caja negra, aquella donde mi alma transmite todos sus pensamientos a base de control. Se quedan grabados, yo lo sé, todos tenemos una caja ‘dark’.
Al día siguiente no tenía cara para poder ver a Mariano, creo que él no se ofendió por lo que le dije, me hubiera gustado saber que entendió que hay momentos en que necesito estar solo y ese día fue uno de esos. Hasta hoy que no charlamos de eso y lamentablemente no le he expresado mis disculpas. Un hijo no puede tratar a su padre groseramente. Es pecado. Sí algún día lees este ‘post’, viejo, lo siento mucho, ese día mi tristeza se copó de infinitas sibaritas. No soy buen hijo, no soy buen cumpleañero.

Pocos días después del cumpleaños, analicé las pobrezas de saludos de aquel fatídico veinticuatro: Me levanté ligeramente tarde para no toparme con abrazos santos pero no pude evadir a mamá (va un saludo). Llegué al trabajo y que bueno haber ingresado hace apenas una semana y seguir siendo un desconocido para todos (vale adjuntar que hasta el día de hoy sigo siendo uno). No recibí saludos en el trabajo y no me quejé. En mi bandeja de entrada recibí un mail saludándome (van dos), por el messenger logré cosechar uno más (van tres) y creo que mi amigo Michel también se unió a la campaña ‘saludemos al cumpleañero que no tiene quien lo haga’, no pudo olvidarse pues yo lo salude dos días antes también por su cumpleaños (a duras penas, y con mi generosa pero muy traicionera memoria, van cuatro). Luego, como explique líneas arriba, salí de casa y esos fueron todos los saludos. Podría comentar del solapado saludo, de ese pequeño homenaje a tu estilo publicado en tu ‘jaifai’, pero no me enteré hasta después. Concluyo esta estrofa con cuatro saludos. ¿Alguien entre el público tiene un arma?
Aprovechando aún mi estado depresivo post-veinticuatro, mentalicé toda esa carga mental para crear abrazos casi obligados mediante una tarjeta amarilla. Creé entonces: VALIDO POR UN ABRAZO (www.validoxabrazo.tk). No le copié la idea a nadie, sólo hice una forma de poder recibir un abrazo extra. Nunca distribuí esa tarjeta que vence en la fecha en que mamá me trajo a este mundo. Tú tienes una.

Dentro de unas horas cambiará mi historia. Cumpliré casi un cuarto de siglo. Me saludarás, me saludarán. Alguien me deseará abrazos, espero. Aún no sé abrazar a otras a personas, me sale muy mal como un paso de baile. Es muy probable, casi rutinario que los chicos de la oficina recolecten unas monedas en complicidad con dos promotoras, unas de contabilidad y talvez una o dos del área de ventas para comprarme una torta de la que voy a pronosticar nunca terminaré y tendría que llevármela a casa, no lo haré. Ya no me compren agenda, ya la tengo y la vieron. A continuación mis regalos perfectos, presten atención y cojan un lapicero: “Miramientos” de Javier Marías, “Nuevos Poemas Italianos” de Renato Cisneros, “Juventud” de Coetze, “Grandes Sobras” de Beto Ortiz, “Huérfano de Mujer” de Carlos Eduardo Zavaleta, Un libro de diseño gráfico, Alguna película o corto de David Lynch (aunque ya me las bajé de la Internet) o de Lutz Mommartz y, claro, Música, sí, de la extraña que sólo yo escucho en esa rincón inaccesible de la oficina.

Me siento tranquilo, talvez existe algo que produzca eso y tenga un nombre y yo lo pueda ver. No estoy irritado. Algo cambió en mi en comparación a un año atrás. He aprendido a fantasear los días previos a mi cumpleaños con todo lo que puedo recibir o mejor aún, todo lo bueno que puedo pasar los veinticuatro. Me agrada la idea de salir, de compartir como nunca antes lo he podido hacer. He aprendido cosas que nadie nunca me dijo, son tan sencillas aquellas frases y siempre provenientes de un cuerpo diminuto. Te espero de pie veinticuatro, o mejor despatarrado en mi cama con una sonrisa afable que se realiza en mis sueños. Prometo dejar pasar las cosas, que fluyan naturalmente. Sólo esta vez, Dios, olvida eso que te dije de saltearse los veinticuatro de marzo. Regálame una oración.

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